El terror supremo



¿Es la muerte el terror supremo? Para uno mismo puede que la forma de muerte sí que lo sea. Pero para mí, en relación a la muerte, el terror supremo no es mi propia desaparición, ni siquiera la de mis seres queridos, sino la idea del resto de mi vida sin ellos. Sin ellos pero con ellos, sin su presencia física, pero con su recuerdo. Sin la posibilidad de hablarles, o besarles, o compartir con ellos los asuntos cotidianos. Toda una vida con una ausencia presente, o una presencia ausente. Sin su compañía, pero con su memoria.

Nada, excepto el tiempo (en el caso de que lo consiga realmente) podrá calmar la ansiedad por su vacío. Por terrible que sea la muerte, me parece más terrible el dolor posterior.

Yo puedo comprender, aunque no me haya ocurrido a mí todavía, a esas personas de cierta edad que no desean seguir viviendo, sino que quieren marchar junto a aquellos a los que dijeron adiós tiempo atrás. Supongo que llega un momento, si has vivido lo suficiente, en que lo más esencial de tu vida es aquello que ya se fue y no lo que te aporta el presente o lo que vaya a traerte el futuro. Y entre tanto, y sobre todo al principio, quedará el terror supremo: la ansiedad que no puede saciarse por la ausencia de los que amamos. Y el dolor, el terrible dolor. Los fantasmas que no asustan, sino que traen sufrimiento. Los recuerdos convertidos en las palabras que tenemos en la punta de la lengua y no acertamos a pronunciar. Y los besos y los abrazos que no podemos dar.

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