En Su Nombre vive mi esperanza

A veces sueño que una vez soñé que aprendía hebreo con rápida y asombrosa facilidad, idéntica facilidad con la que obtenía una Torá pura y perfecta. Tras volcar su contenido a mi ordenador personal, conté el número de letras que la formaban con la ayuda de un sencillo programa informático de edición de texto. Un simple cálculo matemático ponía cifra a la que era una certeza evidente: el número posible de combinaciones distintas de los caracteres que la formaban era muy elevado, de magnitudes de billones y billones, pero no infinito. Así pues, era necesaria la suerte. El Destino determinaría el destino.

Más difícil fue el entrenamiento para recitar correctamente y de un tirón, como si pronunciara una sola y larguísima palabra, el texto casi idéntico, con una única variación cada vez, de la Ley. Largas horas de sueño para no ser vencido por él durante las vigilias decisivas. Largas planificaciones de comidas y bebidas para que ellas no se convirtieran en el talón de Aquiles que hiciera fracasar mi recitación. Largos aislamientos para que no se malograran mis oportunidades. Fue, no obstante, la Suerte la que todo lo decidió.

Nada hubo de especial ni antes ni durante mi última lectura, aquella en la que la combinación fue la correcta. Cuando la concluí nada pasó y el silencio continuó en la quietud nocturna de mi habitación. Pero unos segundos después el tiempo y el espacio se rasgaron a mi alrededor y en mi interior, y supe que Él me había oído y acudía a mí desde mí mismo. Por simple precaución, siempre le aguardé descalzo. Cerré los ojos pero nada más pude hacer porque el comienzo de un deslumbramiento me disolvió completamente. Cuando me fue concedido recuperar mi nombre y mi consciencia todo parecía igual a mi alrededor. La misma habitación, los mismos objetos. No puedo saber con seguridad si todavía era la misma hora, el mismo minuto, el mismo segundo en el que la Luz me miró, pero creo firmemente que así era. En cualquier caso, de algo estaba seguro. Él había oído Su Nombre, capaz de resucitar a los muertos, tal como ya avisó. Y había oído también mi súplica, sin que tuviera que llegar a pronunciarla.

Tardé muchos minutos en recuperar poco a poco el movimiento de mi cuerpo. Lentamente, con increíble torpeza, empecé a gatear por el pasillo de mi casa en dirección a la habitación de mis padres. Y en la penumbra pude percibir, más con el corazón que con la vista, que mi madre estaba allí, otra vez junto a mí. Dormida pero viva. Me la había devuelto. Sólo un tiempo más. No sé cuánto tiempo. Dormía en su cama. Viva otra vez, mortal otra vez.

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