Aquella señora

Aquella señora. La del 850. La del vestido rosa y ojos almendrados. La de las rosas amarillas. La señora que esperaba a la puerta del colegio. La que acompañaba a sus hijos en el autobús. Aquella señora que invitaba a sus amigas a tomar café y parecía feliz. La que brillaba sin proponérselo. La de los sueños enjaulados. La que a veces, sin decirlo, se avergonzó de su hijo. La que le quería. La amada. La idolatrada. Aquella señora. La de El Corte Inglés. La del jardín y los ramos de flores. La de la ambulancia. La del tanatorio. La radiante. La elegante. La que cuidaba. La de la cocina y el trapo de polvo. La accidentada. La disminuida. La envejecida. La humillada. La frustrada. La amargada. La perturbada. La ausente.

Aquella señora que vivió su vida, aunque habría querido que fuera diferente. La que me dejó. La llorada. La que me decía por teléfono que me quería mucho. La que me pedía que me acordara de ella alguna vez. Aquella señora, aquella mujer. La madre. Mamá.

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