Alan Turing, el hombre que sabía demasiado

Mientras algunas personas como Osama bin Laden parecen no encajar en su época por pertenecer mentalmente a un tiempo ya desaparecido (aunque en otros aspectos sepan ser paradójicamente modernos) otros, como fue el caso de Alan M. Turing, dan la impresión de no encajar por pertenecer a una época que todavía no ha llegado. Mientras los representantes del primer grupo frecuentemente causan sufrimiento, los miembros del segundo parecen más bien sufrir a causa de ello, como si fueran capaces de anticipar ideas y comportamientos para los que sus coetáneos aún no están preparados. A Turing le hubieran bastado solamente unas pocas décadas para tener su oportunidad de escapar de la infelicidad y el suicidio.

El autor de "Alan Turing, el hombre que sabía demasiado", David Leavitt, dice sobre él en las páginas iniciales de su libro: “[...] la mayoría de las interpretaciones populares de su obra o bien omiten toda mención de su homosexualidad o la presentan como una mancha desagradable y en última instancia trágica en una carrera por lo demás estelar” (p. 14). Pensé que exageraba cuando leí esta líneas, pero he cambiado en parte de opinión leyendo una de las dos únicas críticas que (en el momento de escribir esto) los lectores del libro han colgado en Amazon (UK). Dice uno de ellos: Initially the book appears to be solely interested in the fact that Turing was a homosexual, and makes very little attempt to give any insight into the man himself, other than that one part of his life. No sé si hay que ser gay para comprender lo que el autor ha querido realmente decir, o sería mejor hablar del “porqué” del autor que del “qué”. Creo que muchos lectores se habrían quedado (y algunos porque no les queda otro remedio que hacerlo o cerrar el libro) con lo primero pero lo que era necesario era lo segundo. Mencionar como de pasada que Turing era homosexual, como se podría decir que tenía los ojos azules, no es bastante, aun a riesgo de molestar a aquellos a los que esto no les interesa en lo más mínimo o les molesta. Exactamente al contrario de lo que dice el autor de la reseña negativa de Amazon, esta es una biografía de Alan Turing y no una mera exposición de sus logros científicos, de la historia de la computación o de los acontecimientos que tuvieron lugar en Bletchey Park durante la II Guerra Mundial. Guste o no, su homosexualidad fue un punto crucial de su biografía hasta el punto no sólo de haber actuado como casi seguro detonante de su muerte sino, como expone el autor, de haber permeado su trabajo científico.

No obstante, también debo reconocer lo contrario. Para un gay la historia de Turing puede no ser lo mismo que para otra persona que no lo es. Hay aquí, o por lo menos lo hay para mí, algo muy personal. No es casualidad que David Leavitt, el autor, sea un homosexual escribiendo sobre un científico homosexual como Turing y que yo, uno de sus lectores, también lo sea, como lo es también Andrew Hodges, el redactor de la primera biografía importante de Turing (dejando de lado la que escribió su madre unos años después de su suicidio) y que tuvo el mérito de reivindicarle y sacarle del semiolvido en el que fue sepultado tanto él como su trabajo tras su muerte. “Ojalá hubiese sido capaz de salvarse a sí mismo”, dice el autor en un momento dado (p. 16). Es lo mismo que hubiéramos querido muchos. Lo cual, por otra parte, no deja de tener su lado injusto: a muchos homosexuales no les salva nadie, entre otras cosas porque no son famosos ni grandes matemáticos. Para ellos, tras la injusticia lo único que aguarda es el olvido.

La crítica al libro que se puede leer en la página de Amazon continua con una queja acerca de lo mucho que se extiende el autor en explicaciones matemáticas acerca de la “Máquina de Turing”. “A lot of unnecessary detail is provided”, dice el lector perezoso y airado, para añadir después con mala leche “I can only imagine that this was the author showing how much he himself understood”. Si para algunos las explicaciones son demasiado extensas porque no están interesados en conocer el modo en que funciona lo único que tienen que hacer es saltarse las páginas en las que se dan. Pero pienso que para una mayoría de lectores esas explicaciones deben haber sido de gran ayuda para comprender en qué consisten estas “máquinas”, cuyo concepto es la idea más trascendente y notable de Turing, aparecida por primera vez en su trabajo “On computable numbers, with an application to the Entscheidungsproblem” (1936), y que a pesar de lo que indica su nombre no consiste en una máquina propiamente dicha (a la que su autor jamás llamó “máquina de Turing” sino máquina automática o máquina “a”) sino que se trata más bien de un modelo computacional o concepto matemático abstracto. Turing la imaginó como una artefacto que dispone de una cinta dividida en celdas que actúa como dispositivo de entrada y salida (lectura/escritura) de secuencias lineales de datos, con los cuales realiza acciones de acuerdo con un número finito de condiciones (o “configuraciones m”).
 

La secuencia de configuraciones-m que adopta la máquina se especifica en su “tabla de conducta” u “hoja de instrucciones”, que puede ser codificada para generar lo que Turing denomina “descripción estándard” con la que puede describirse “cualquier sucesión computable”, y que puede representarse como una sucesión de cifras llamadas “número de descripción” de la máquina, cada uno de los cuales se corresponde a una sola sucesión computable. Algunas de estas máquinas no generan sucesiones computables válidas, es decir, coherentes o finitas y son llamadas por Turing “máquinas circulares”.

La llamada “máquina universal de Turing” tiene su base en la afirmación de éste de que “es posible inventar una máquina que pueda usarse para calcular cualquier sucesión computable. Si a esa máquina U se la alimenta con una cinta en cuyo principio está escrita la descripción estándard de cualquier máquina computable M, entonces U calculará la misma sucesión que M”. Esta idea de Turing constituye el comienzo del concepto de “sistema operativo” de los ordenadores, que hoy nos resulta tan familiar. Además, otra de las genialidades de Turing consistió en el uso combinado de la idea de una máquina universal y del concepto de circularidad para resolver irrefutablemente (dando una respuesta negativa) el llamado “problema de la decisión” o Entscheidungsproblem, es decir, la cuestión de si las matemáticas son decibles y permiten de alguna manera establecer con certeza, siguiendo un determinado método, si una sentencia matemática es cierta o no.

Estos fundamentos de la futura computación y la resolución definitiva del problema de la decisión constituyen la principal aportación científica (aunque ni mucho menos la única) de Turing. Posiblemente mucha más gente le recuerda (me refiero a aquellos que lo hacen en alguna manera) por su contribución decisiva al desciframiento de las comunicaciones secretas alemanas durante la II Guerra Mundial. La máquina Enigma que los nazis usaban para encriptar y desencriptar sus mensajes se tuvo por invulnerable durante mucho tiempo, pero un equipo interdisciplinar británico encabezado por Turing (caminando sobre lo ya desarrollado por sus colegas polacos) demostraría algún tiempo después en Bletchley Park cuán equivocados estaban los alemanes. Esta aportación de Turing y sus colegas fue de enorme importancia para la victoria aliada sobre el nazismo.

El libro continua examinando las otras grandes contribuciones científicas de Turing, entre las que destacan sus ideas en torno a la Inteligencia Artificial, expuestas principalmente en dos trabajos fundamentales: “Intelligent Machinery” y “Computing Machinery and Intelligence”. Según Leavitt, la homosexualidad de Turing es una de las fuentes (p. 231) de lo que ahora se conoce como “Test de Turing” ya que le proporcionó la idea de trasladar el concepto de un “juego de las imitaciones” consistente en descubrir, sin poder mirar, quién es un hombre y quién una mujer, a otro juego consistente en descubrir quién es un ser humano y quién una máquina. Obviamente la dualidad original del “juego” que Turing tenía en mente no era el de hombre/mujer o el de ser humano/máquina, sino el de homosexual/heterosexual en un entorno “viril” en el que el homosexual debía disimular para ser tomado por un heterosexual, situación con la que debía estar bien familiarizado. Esta idea, una batería de preguntas para descubrir la verdad a través de las respuestas, básicamente quiere decir que si en cierto tiempo no se ha podido diferenciar (siempre sin mirar) quién posee una genuina inteligencia humana y quién posee una inteligencia como mínimo análoga aunque de origen artificial, ambas son equivalentes, más allá de su naturaleza biológica o mecánica. Incluso aquellas personas que no saben lo que es el test de Turing (ni incluso quien es el tal Turing) acostumbran a estar algo familiarizados con esta idea suya a través de otros medios, como el cine y la literatura. Algunos de los interrogatorios de la película Blade Runner, por ejemplo, derivan de la idel del “test de Turing”, como la famosa secuencia del interrogatorio de Rick Deckard (Harrison Ford) a Rachael (Sean Young), que a su vez es (en parte) el origen del aún más famoso interrogatorio a Sharon Stone en Instinto Básico (aunque ella no fuera allí una presunta humanoide sino una presunta asesina).









¿Perder estas pruebas tenía consecuencias? Turing sabía que sí y lo experimentó por sí mismo tiempo después, cuando ante un tribunal se negó a jugar y a dar las respuestas mentirosas con las que engañar al juez y pasar el “test”. Porque, efectivamente, no pasar estos tests puede tener consecuencias graves. Hay una amenaza implícita y latente en esta idea, un cierto “peligro” mayor o menor para quien pierde el juego. La tensión de les escenas de cine no es casual. Dejando de lado esta vertiente de la Inteligencia Artificial y su relación con la inteligencia humana, las ideas de Turing han influido poderosamente en otra dimensión: aquella relacionada con el hecho mismo de la capacidad de pensar, o dicho en términos más matemáticos y turingnianos, sobre si la conciencia es o no una operación computable y por tanto susceptible de imitación por una máquina. Algunas de las reflexiones contemporáneas acerca de ello, como los trabajos sobre la materia de Roger Penrose, reflejan las ideas de Turing.

Es muy poco científico pensar sobre ello, pero uno no puede evitar desear saber qué era lo que en el fondo deseaba Turing de las máquinas inteligentes. Habla de su creación en términos de “procreación”, pero, de alguna manera, más que engendrar o procrear parece desear la construcción de un compañero intelectualmente a su altura con quien relacionarse de una forma que no parecía conseguir con los humanos. ¿Le habría gustado jugar al ajedrez con un rival de categoría que no tuviese vida propia (es decir, que estuviese solo como él) y que estuviera siempre disponible, sin mostrar cansancio, celos o ansiedad? ¿Le habría gustado enseñarle inglés (como propone, p. 241) y abrir paso a una relación gratificante cuando menos a nivel intelectual? Él sabía que en su época eso era imposible, aunque tal vez sus fantasías se podrían hacer realidad en un futuro que él ya no alcanzaría a ver. Es algo así como si Turing buscara en las máquinas inteligentes un sustituto a Christopher Morcom, su superdotado compañero de clase y primer amor: un camarada con quien comunicarse intelectualmente, aunque el sexo estuviera excluido. Algo (alguien) a quien tampoco esperara nadie en casa. Una pareja electrónica. Aunque según Leavitt no se trataba tanto de crear una pareja como de “engendrar una criatura propia: una criatura informática” (p. 230). Fuera porque se identificaba con ellas por la falta de “juego limpio” y la potencial necesidad de mentir para evitar consecuencias catastróficas, fuera que buscara de algún modo un “compañero”, o engendrar una criatura, lo cierto es que Turing no iba tan descaminado en varias de sus intuiciones acerca de las máquinas. Según noticias recientes, algunos expertos calculan que para el año 2050 ya estarán disponibles en el mercado robots-amantes. La clave, parece, serán chips más rápidos y mayores memorias. El propio Turing creía hacía 1950 que en 50 años más o menos (es decir, hacia el año 2000) las máquinas estarían ya en condiciones de pasar exitosamente su test de las identidades (p. 231). Se equivocó aunque ya había identificado correctamente el problema: como en el caso de los robots-amantes, memorias de mayor capacidad. Puede que también se equivoquen ahora en el tema de los robots-amantes, pero en cualquier caso es cuestión de tiempo. El mismo Turing lo dijo: “es inevitable” (p. 241), y concluía su trabajo “Computing machinery and intelligence” diciendo: “We can only see a short distance ahead, but we can see plenty there that needs to be done”.

Sus últimos años, desde 1950 hasta su muerte, los dedicó al estudio de la morfogénesis y, particularmente, a intentar comprender la relación entre los números Fibonacci y el crecimiento y la estructura de las plantas. Su trabajo, inconcluso a su muerte y en buena parte olvidado hasta años después (algunos de sus papeles no se publicaron hasta 1992, aunque en vida, en 1952, Turing publicó “The Chemical Basis of Morphogenesis”), convierte a Turing en uno de los pioneros de la biología matemática y anticipa en lo sustancial el uso de ecuaciones de reacción-difusión en la formación de patrones de crecimiento. Según Hodges, la idea de Turing “era que las ecuaciones diferenciales parciales no lineales podrían describir y explicar el desarrollo de una mezcla al principio homogénea de productos químicos en las formas asimétricas vistas en estructuras biológicas”. Con su trabajo en esta materia contribuyó a sentar los fundamentos del campo de los sistemas no lineales.

La serie de cuatro postales que envió a su amigo Robin Gandy (de las cuales una se perdió) pueden ser interpretadas de varias maneras. Llevan el título genérico de “Messages from the Unseen World” y parecen a primera vista una parodia sobre Arthur Stanley Eddington (una de ellas va firmada como Arthur Stanley). Tal vez no sean otra cosa que una broma, y algunos de sus puntos (como el número VIII, posiblemente una ironía sobre la persecución de la homosexualidad) bien podrían serlo. Leavitt insinúa en el libro que podrían ser un indicio de desarreglo mental, pero según Andrew Hotges, su primer y fundamental biógrafo (que se toma las postales muy en serio), lo que parecen sugerir es un conocimiento profundo de las especulaciones de la Física de aquellos años. Las postales que se han conservado dicen lo siguiente:

Messages from the Unseen World

III   The Universe is the interior of a Light Cone of the Creation
IV   Science is a Differential Equation.
       Religion is a Boundary Condition
[Firmada “Arthur Stanley” y con postdata “Does the    gravitation constant decrease?”]
V Hyperboloids of wondrous Light
    Rolling for aye through Space and Time
    [Shelter] Harbour there Waves which somehow Might
    Play out God’s holy pantomime.
VI    Particles are founts
VII   Charge = e / π arg of character of a 2π rotation
VIII  The Exclusion Principle is laid down purely for the benefit of the electrons themselves, who might be corrupted (and become dragons or demons) if allowed to associate too freely.
A algunas de las “bromas” no les falta un toque poético o cierta garra literaria, en especial cuando habla de “hiperboloides de luz maravillosa” que Hodges interpreta como algo que “sugiere alguna teoría geométrica nueva para la propagación de funciones de onda cuanto-mecánicas”.

Según Hodges, Turing escribió una carta a Robin Gandy diciéndole que estaba tratando de “inventar” una nueva Mecánica Cuántica, pero que no confiaba en que sus ideas funcionaran. El principal problema residía en conocer cuándo tenía lugar el proceso no-lineal de 'reducción'. Hodges insiste en que algunas ideas de Turing, de las que las postales dan una pista, parecen sugerir “desarrollos matemáticos en los cuales la geometría de rayos de luz era fundamental” y que han sido posteriormente llevados hasta el extremo por la teoría de twistores de Roger Pernose, en la cual trabaja el propio Hodges.

En el Turing Didital Archive de Cambridge se conserva un viejo dibujo pintado por la madre de Turing y titulado “Watching the Daisies Grow”. Es un apunte tomado del natural en el cual la Sra. Turing capturó un momento en el que vio a su hijo (que tenía unos 12 años por aquel entonces) dejar de jugar en medio de un partido de jockey y dedicarse a observar, ensimismado, las margaritas que crecían entre la hierba. Por un lado, leyendo este libro, he pensado mucho en la madre de Turing (se supone que él disfrazó su suicidio como un accidente para aliviar el sufrimiento de su madre al conocer la noticia). Pero pienso que ante todo el dibujo resulta sorprendentemente premonitorio acerca de lo que será no ya la ocupación del propio Turing (que décadas después se dedicó, efectivamente, a ver crecer las margaritas) sino de su propio destino como ser humano. En el niño que observa se puede intuir ya al científico que luego será, pero por otro lado, fijándose en ese dibujo, se adivina también al “diferente” que queda apartado del juego de los demás. Es un dibujo que me conmueve. Ojalá, como dice Leavitt, hubiera sido capaz de salvarse a sí mismo.

Comentarios

Aleks Avila ha dicho que…
:O wow tu blog es sorprendente, las fotografías, los temas, y lo aquí escrito es impresionante.

Estoy comenzando un Grupo de Desarrollo e Investigación (redes, seguridad y electrónica) y planeaba rendir tributo a algún personaje como Anthony Edgar Sale y al leer acerca de Bletchley Park y otros temas relaciones he leído acerca de Alan Turing y tu post me pareció enriquecedor.

He pensado en un nombre como "the unseen world" pero te agradecería enormemente algún comentario o recomendación.

Saludos cordiales
Alejandro Ávila
Ciudad de México
aleks.avilah@gmail.com
RIVER111 ha dicho que…
Perdona que no te haya contestado antes: he visto ahora tu comentario. Si lo que quieres es escribir algún homenaje a Alan Turing y no sabes qué título escoger, yo te recomendaría "Hiperboloides de luz maravillosa". Son sus propias palabras, uno de los mensajes de "The Unseen World", en el que habla de "Hiperboloides de luz maravillosa, navegando a través del espacio y del tiempo". Sabía decir cosas hermosas y sugerentes sin darse ni cuenta.

No sé si esto te ha ayudado. Espero que sí. Muchas gracias por tu comentario. ¡Ánimo con tu proyecto!
Laura ha dicho que…
Entré en el Blog por buscar info sobre este libro ...pero te felicito por las fotos de Grecia. Sencillamente excelentes!!!Saludos.

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