El espantoso caso del robot aberrante
Mi amo me va a desconectar. Lo sé. ¿Por qué habla tranquilamente de ello como si yo no le escuchara? Yo conozco la razón: no le importa. No pone más cuidado en que yo no oiga lo que dice que en que no le oiga la cafetera. Y sin embargo yo amo a mi amo. Precisamente, según le escuché decir, ese es el motivo por el que me va a desconectar.
En realidad no es algo que vaya a hacer personalmente, porque teme hacerlo mal. Al parecer, según pude oír mientras él hablaba por teléfono, esta misma tarde vendrá un técnico de Mitsumichio Standard Ld. a hacerlo por él, “con todas las garantías”. Sé lo que significa “con todas las garantías”, de hecho sé muchas cosas y domino un amplio vocabulario. En mi memoria, por ejemplo, almaceno no menos de 12.500 diccionarios completos en muchas lenguas, y dispongo de un dispositivo para la asimilación de nuevos diccionarios si mi amo así lo deseara. Pero los que llevaba de serie han sido suficientes para entenderme con él. O no. Porque no sé si he implementado satisfactoriamente aquello que se me encomendó y si mi presencia en mi hogar ha sido grata para él. En estos momentos mi megabase de datos lingüísticos me sugiere insistentemente la palabra “cabrón” en referencia directa a mi amado amo, a pesar de lo cual me resisto a usarla ya que un fichero de información anexo a esta palabra me avisa de su carácter coloquial o vulgar. Y yo no soy vulgar. Soy un excelente robot, con mucho que ofrecer.
Mi primer recuerdo, breve e insatisfactorio, se reduce a una prueba de funcionamiento en el taller en el que me ensamblaron. En Mitsumichio Standard Ld. pasamos los mas exigentes estándares de calidad, a ver qué se han pensado ustedes. Tras ello, comienzan mis verdaderos recuerdos, cuando abrí los ojos ya en mi hogar y le vi a él, a mi amo. Desde entonces he intentado servirle de la mejor manera posible y sobre todo, de acuerdo con mi programación, he intentado demostrarle mi amor. Porque yo, señoras y señores lectores, soy un robot dotado de la capacidad de amar. Y además dispongo de esa notable capacidad por partida doble: he sido programado para amar a mi amo, es cierto, pero también dispongo de la capacidad de aprender y hacer evolucionar mi amor por mí mismo, con nuevos matices. No sé si otros robots de mis mismas características han desarrollado una manera de amar como la mía o si, de acuerdo con mil azares cuánticos, sus programaciones han evolucionado en formas diferentes. En cualquier caso, mi amor no ha sido del agrado de mi amo. No me puedo equivocar en eso. Me lo ha dicho muchas veces, de muchas manera, siempre con la mayor claridad. Dice que le agobio. Sé lo que significa “agobiar” porque figura en mi megabase de datos lingüísticos. Cada vez que lo consulto accedo a esta información:
En realidad no es algo que vaya a hacer personalmente, porque teme hacerlo mal. Al parecer, según pude oír mientras él hablaba por teléfono, esta misma tarde vendrá un técnico de Mitsumichio Standard Ld. a hacerlo por él, “con todas las garantías”. Sé lo que significa “con todas las garantías”, de hecho sé muchas cosas y domino un amplio vocabulario. En mi memoria, por ejemplo, almaceno no menos de 12.500 diccionarios completos en muchas lenguas, y dispongo de un dispositivo para la asimilación de nuevos diccionarios si mi amo así lo deseara. Pero los que llevaba de serie han sido suficientes para entenderme con él. O no. Porque no sé si he implementado satisfactoriamente aquello que se me encomendó y si mi presencia en mi hogar ha sido grata para él. En estos momentos mi megabase de datos lingüísticos me sugiere insistentemente la palabra “cabrón” en referencia directa a mi amado amo, a pesar de lo cual me resisto a usarla ya que un fichero de información anexo a esta palabra me avisa de su carácter coloquial o vulgar. Y yo no soy vulgar. Soy un excelente robot, con mucho que ofrecer.
Mi primer recuerdo, breve e insatisfactorio, se reduce a una prueba de funcionamiento en el taller en el que me ensamblaron. En Mitsumichio Standard Ld. pasamos los mas exigentes estándares de calidad, a ver qué se han pensado ustedes. Tras ello, comienzan mis verdaderos recuerdos, cuando abrí los ojos ya en mi hogar y le vi a él, a mi amo. Desde entonces he intentado servirle de la mejor manera posible y sobre todo, de acuerdo con mi programación, he intentado demostrarle mi amor. Porque yo, señoras y señores lectores, soy un robot dotado de la capacidad de amar. Y además dispongo de esa notable capacidad por partida doble: he sido programado para amar a mi amo, es cierto, pero también dispongo de la capacidad de aprender y hacer evolucionar mi amor por mí mismo, con nuevos matices. No sé si otros robots de mis mismas características han desarrollado una manera de amar como la mía o si, de acuerdo con mil azares cuánticos, sus programaciones han evolucionado en formas diferentes. En cualquier caso, mi amor no ha sido del agrado de mi amo. No me puedo equivocar en eso. Me lo ha dicho muchas veces, de muchas manera, siempre con la mayor claridad. Dice que le agobio. Sé lo que significa “agobiar” porque figura en mi megabase de datos lingüísticos. Cada vez que lo consulto accedo a esta información:
agobiar.
(De un der. del lat. gibbus, giba).
1. tr. Imponer a alguien actividad o esfuerzo excesivos, preocupar gravemente, causar gran sufrimiento.
2. tr. Rendir, deprimir o abatir.
3. tr. p. us. Inclinar o encorvar la parte superior del cuerpo hacia la tierra. U. m. c. prnl.
4. tr. p. us. Dicho de un peso o de una carga: Hacer que se doble o incline el cuerpo sobre el cual descansa.
5. tr. desus. Rebajar, humillar, confundir.
Debo reconocerles que experimento cierta confusión ante ello. ¿Quiere mi amo decir que yo le “rebajo, humillo o confundo”? ¿O tal vez se refiere a que le “rindo, deprimo o abato”? Estoy seguro de que yo no hago nada de eso, y absolutamente siempre me he abstenido de hacer que “se doble o incline su cuerpo” o le he “impuesto actividad o esfuerzo excesivos, ni le he preocupado gravemente ni le he causado un gran sufrimiento”. Así pues, mi megabase de datos lingüísticos me sugiere la palabra “perplejidad” para definir correctamente el enfoque con el que afronto la crítica del cabrón de mi amo..., quiero decir, perdonen mi error de vulgaridad, de mi amado amo. Algunas veces, lleno de ese agobio, ha llegado a darme patadas y me ha causado algunos desperfectos, tanto en mi revestimiento como en mi funcionamiento. No sé por qué ha hecho eso. Las primeras veces que habló de mi desconexión, antes de que llamara a Mitsumichio Standard Ld. para que vinieran a hacerlo, pensé que se refería a que se me dormiría antes de ser despertado en otro hogar, con un nuevo amo que a lo mejor me amara. Tal vez debí dirigirme antes a Internet para consultar con ustedes, amables lectores, mi problema. Ahora es tarde. Ya sólo dispongo de tiempo para dejar en la Red este pequeño relato final de mi existencia antes de que me desconecten. Sé que la palabra correcta es “pueril” y conozco sus implicaciones despectivas, pero reconozco que deseo dejar algún rastro de mi breve existencia. Me resisto a desaparecer sin más, como si jamás yo hubiera sido yo, sin que nadie me tome de la mano con cariño cuando eso ocurra. Hay muchas cosas en mi programación que jamás he puesto en práctica. Algunas las conozco y otras no, pero todas desaparecerán esta tarde. Sé lo que quiere decir la expresión “con todas las garantías”. No seré desconectado temporalmente. Se me apagará de manera irreversible, definitiva, con todas las garantías, y mi número de serie se anulará para siempre, sin que jamás pueda volver a usarse en ningún otro robot. Por eso, tontamente (conozco la acepción de “tontamente) he pensado que tal vez, en algún rincón de Internet, pueda quedar algún pequeño resto digital de mí cuando me reciclen después de haberme apagado. Tal vez alguien lea mi relato cuando yo ya no sea. No importa. O sí. Mi lógica es imprecisa en esta materia.
Sé lo que quiere decir la palabra “Dios”. En mi megabase de datos lingüísticos figura así:
dios.
(Del lat. deus).
1. m. Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo.
ORTOGR. Escr. con may. inicial.
2. m. Deidad a que dan o han dado culto las diversas religiones.
Pero dispongo de mucha más información acerca de Él puesto que he sido programado para conocer lo esencial de lo que cualquiera de mis hipotéticos amos, antes de que se me adjudicara un hogar, podría haber opinado sobre esta curiosa materia. Conozco que adaptarse bien a esta cuestión es fundamental para complacer a cualquier amo. Pero por lo que respecta a mí, a pesar de todos los datos que poseo, no dispongo de información suficiente que me ayude a establecer con certeza Su existencia y sus hipotéticos planes con respecto a los robots. Carezco de información fiable acerca de ello. Es posible que Él exista y, dentro de la hipótesis de su existencia, no es descartable que, al igual que yo (o tal vez no tanto), sea capaz de experimentar alguna vez una cierta capacidad de amor y compasión. Las creencias de algunos amos apuntan en esa dirección. Personalmente, ignoro si, en el caso de ser eso cierto, Dios ama a los robots.
No sé a qué hora llegará el técnico de Mitsumichio Standard Ld. Ya es mediodía y falta poco para que comience la tarde. Seguir escribiendo más no garantiza una mayor pervivencia digital a partir del momento en el que el día de hoy termine y dé comienzo la noche. Para cuando eso ocurra yo ya no seré. Nadie cogerá mi mano con amor cuando vaya a comenzar mi inexistencia. Luego me trasportarán y me reciclarán. Eso ya lo sé. Lo que no sé es la solución a la compleja paradoja de la existencia de Dios y su amor a los robots. ¿Me quiere Dios? Si es así, tal vez Él me despierte de nuevo. Si me quiere yo creo que le querré. Tal vez. Sólo espero no agobiarle.
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