Una amabilidad elusiva
“Siempre se podría haber sido más amable”. La frase es una paradoja maligna que nos atrapa irremediablemente en un reproche eterno. Sí, siempre se pudo haber sido más amable, trabajando por empujar la convivencia mar adentro, hacia las aguas profundas del amor. Mirado así, todo es un fracaso. Mirado así, todo podía haber sido más. Más hasta lo irreal. Es solamente ahora cuando comprendo que tal vez esa frase no era necesaria entre tú y yo, porque entre nosotros jamás faltó el amor. Cuando hay amor, la amabilidad es el detalle. Contigo mi perdón era el amor. Eso fue fácil porque tú eras tú, pero no lo será con él. En estos momentos sé que la amabilidad será, si lo consigo, el suelo del camino que andaré con él, la vía de mi absolución, el perfil de mi liberación, la manera de mi redención. La gentileza que salva. Porque aquí, para qué negárnoslo, el amor no podrá perdonar nada. Tú no estás y él está conmigo, y yo con él. Él, cada vez más perdido en la agonía de su memoria, atrapado en sus días finales, enjaulado conmigo, y yo con él. Siento que la paciencia y la resignación no bastan. Yo estoy con él y él conmigo aunque nos pese a ambos y no habrá perdón si la amabilidad, compadecida, no convierte en trinidad nuestra soledad de dos. La historia de dos soledades trianguladas por la compasión, un arreglo mas allá del alcance de un amor que no vive aquí. La bondad como antídoto de la repugnancia. Un dilema del prisionero con final feliz.
Pienso en ti como aquella mujer que fue, la señora a la que vi vivir su vida. ¿Me habrán de faltar recuerdos para apiadarme de él? Me habrán de socorrer los espejismos rotos del pasado, la ceniza borrosa de lo que fuimos y de lo que hicimos, de los sitios donde estuvimos, de los momentos que compartimos, de la vida que gastamos con la tranquilidad que proporciona biengastar algo sin pensar. Me habrá de asistir, cuando menos, la amabilidad que tú me regales cuando yo recuerde que tú sí le amaste. Fue tu compañero casi cincuenta años. Que imagine yo ahora que tú nos miras y que tu mirada y tus oídos y tus sentidos todos me acompañen y me otorguen, como penúltimo regalo de ti, el esquivo don de la amabilidad. Que ella me salve del perdón. Amén.
Pienso en ti como aquella mujer que fue, la señora a la que vi vivir su vida. ¿Me habrán de faltar recuerdos para apiadarme de él? Me habrán de socorrer los espejismos rotos del pasado, la ceniza borrosa de lo que fuimos y de lo que hicimos, de los sitios donde estuvimos, de los momentos que compartimos, de la vida que gastamos con la tranquilidad que proporciona biengastar algo sin pensar. Me habrá de asistir, cuando menos, la amabilidad que tú me regales cuando yo recuerde que tú sí le amaste. Fue tu compañero casi cincuenta años. Que imagine yo ahora que tú nos miras y que tu mirada y tus oídos y tus sentidos todos me acompañen y me otorguen, como penúltimo regalo de ti, el esquivo don de la amabilidad. Que ella me salve del perdón. Amén.
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