Lo que queda de nuestro mundo

Ya no queda, mamá, nada más que nuestro frágil jardín, como una burbuja iridiscente a la deriva, arrastrada por una brisa indiferente que nos ignora. Tú y yo en nuestro minúsculo jardín secreto. Una insignificante pompa de jabón a la que acogerse en retirada y retiro, para que yo pueda seguir vivo gracias a los rescoldos de tu cariño. Me abandonaré ahí hasta que se consuma toda la cera que le queda a la vela que aún resiste asistida por los rastros de tu presencia. El tiempo o un viento algo más fuerte la apagará algún día y nos conducirá a ambos al olvido. Pero hasta entonces yo seguiré allí, y tú en mí, mientras mi corazón siga bombeando el calor de tu amor.

Conservaremos nuestra intimidad aunque no estaremos solos. Mientras nuestra burbuja aguante, intentaré que brillen en las paredes cóncavas de nuestro refugio nacarado las evocaciones del pasado y del futuro, del bien y del mal, de Leonardo o del Big Bang, de Einstein, Mozart o Dios. El mundo se me ha hecho pequeño, muy pequeño, pero en nuestro minúsculo cobijo aún nos cabrá durante algún tiempo todo un Universo. Tú no querrías que esto fuera así, tú desearías verme volar en un aire límpido y lejano, pero yo soy mis errores y tu recuerdo, y ya no soy capaz de dejar de sentir el sabor a muerte en mis labios.

¿Existes, mamá? ¿Existes aún en algún lugar? ¿Existes y me esperas? ¿Eres aún tú, en cualquier lugar? Sé que Él te ha arrastrado, humillación suprema, junto a los vencidos, pero ¿eres? Cuando nuestra burbuja se desvanezca en el aire buscaré la luz, tu luz en la oscuridad, e intentaré pronunciar tu nombre. Dame la mano entonces, mamá, si puedes.

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