Mamá
Recuerdo haber visto una entrevista a Borges en un programa de televisión, durante la cual le preguntaban acerca de la muy fuerte relación que mantuvo con su madre, con la que vivió casi toda su vida. Él decía algo así como que debería haber sido feliz, o fingir que lo era, para haberla hecho feliz a ella. Pero sobre todo yo retuve lo que añadió al final, en un tono un poco más emocionado: “uno siempre piensa que no hubiera costado nada ser más bueno”.
Muchas veces recuerdo esas palabras cuando pienso en mi propia madre. Ella ha sido y es, con muchísima diferencia sobre cualquier otra, la persona más importante de mi vida, aquella que más me ha marcado para bien y para mal, aquella a la que seguramente más me parezco, aquella que más cosas me ha enseñado, aquella de la que más cosas he heredado y sobre todo aquella que más me ha amado y a la que más he amado.
En mi mente está asociada a su color favorito, el amarillo, al sol, a una intensa pasión por la vida. Fue muy hermosa, carismática, brillante. Pienso que es una de tantas mujeres españolas que nació en el lugar y en el momento equivocado, cuando apenas podía disponer de otra opción que la de casarse y ser una obediente madre de familia. El franquismo evitó que su vida pudiera haber sido bien diferente. Ella deseaba volar y viajar, ver y ser vista. Fantaseaba con ser azafata de avión . Cuando yo era un niño y ella lo explicaba, me parecía una idea exótica y absurda. Ha sido con el tiempo que he entendido completamente a qué se refería. Cuando ya ha sido tarde me he dado cuenta de que yo también hubiera querido tener una profesión parecida. A falta de talento y una vocación, que mejor cosa que tener una dedicación que te permita estar un día en Nueva York, y al siguiente en Hong Kong. Ella y yo acabamos sintiendo que la felicidad está siempre en otro lugar y nunca donde estamos nosotros. Sin un sitio al que llegar, es mejor correr siempre.
Ella se ha hecho ya mayor, aunque su principal deterioro no ha venido tanto por la edad como por el accidente y la posterior lesión cerebral que sufrió hace ya varios años. Tiene ahora rasgos que no me gustan y por el contrario he perdido varios de los que me gustaban. Pero esencialmente sigue siendo ella misma y yo me sigo sintiendo profundísimamente unido a ella, aunque las cosas hayan cambiado.
Es cada vez más difícil para mí no sentir deseos de huir cuando veo el deterioro de mi hogar, tanto el suyo como el de mi padre. Cuando escucho algunas de las cosas que dicen o veo algunas de las cosas que hacen (o que no hacen) siento miedo, pero sobre todo siento tristeza. Es muy, muy duro tener una entrada en primera fila para ver la decadencia y la vejez de tus seres queridos, y tener que seguir adelante pensando que el futuro traerá un agravamiento del problema, hasta que un día todo termine como es inevitable que ocurra: con la muerte. Desde pequeño le tuve pavor, y ahora está cada vez más cerca de mí. Hace algún tiempo no hubiera sido capaz de decirme esto con tanta franqueza, ni aún de pensarlo, pero ahora sí que lo hago.
De todos modos, hay días y momentos de todos los colores, por así decir, y todavía, cuando hay calma a mi alrededor, la vida puede parecer alegre y cómoda, y las perspectivas optimistas. Pero desgraciadamente, estos ratos no acostumbran a durar demasiado tiempo. De manera que voy pasando de momentos de paz a otros de sufrimiento, y me voy empapando bien del agua fría de los jarros que ellos echan por encima de mí, sin darse cuenta. Y con cada uno de ellos la vida se va haciendo un poco más difícil, y todos los proyectos, los sueños y las esperanzas parecen no sólo más lejanos, sino inútiles.
Aun así, doy gracias a quien corresponda porque mi madre no murió el día de su accidente, y porque a pesar del precio que tengo que pagar por ello, en forma de infelicidad y angustia, aún puedo disfrutar de su compañía y de su amor. Ella es y seguirá siendo la persona a la que más amo, y mi unión intensa con ella seguirá incluso cuando me haya dejado sólo. Quiero interiorizarlo bien y no olvidarlo todo este tiempo, quiero recordar lo que decía Borges y no tener que lamentarlo después, quiero no huir ahora que me necesita. Quiero seguir con ella, y agradezco a la vida que pueda hacerlo y que ahora mismo lo esté haciendo. Es un privilegio. Algún día lo añoraré con dolor.
Muchas veces recuerdo esas palabras cuando pienso en mi propia madre. Ella ha sido y es, con muchísima diferencia sobre cualquier otra, la persona más importante de mi vida, aquella que más me ha marcado para bien y para mal, aquella a la que seguramente más me parezco, aquella que más cosas me ha enseñado, aquella de la que más cosas he heredado y sobre todo aquella que más me ha amado y a la que más he amado.
En mi mente está asociada a su color favorito, el amarillo, al sol, a una intensa pasión por la vida. Fue muy hermosa, carismática, brillante. Pienso que es una de tantas mujeres españolas que nació en el lugar y en el momento equivocado, cuando apenas podía disponer de otra opción que la de casarse y ser una obediente madre de familia. El franquismo evitó que su vida pudiera haber sido bien diferente. Ella deseaba volar y viajar, ver y ser vista. Fantaseaba con ser azafata de avión . Cuando yo era un niño y ella lo explicaba, me parecía una idea exótica y absurda. Ha sido con el tiempo que he entendido completamente a qué se refería. Cuando ya ha sido tarde me he dado cuenta de que yo también hubiera querido tener una profesión parecida. A falta de talento y una vocación, que mejor cosa que tener una dedicación que te permita estar un día en Nueva York, y al siguiente en Hong Kong. Ella y yo acabamos sintiendo que la felicidad está siempre en otro lugar y nunca donde estamos nosotros. Sin un sitio al que llegar, es mejor correr siempre.
Ella se ha hecho ya mayor, aunque su principal deterioro no ha venido tanto por la edad como por el accidente y la posterior lesión cerebral que sufrió hace ya varios años. Tiene ahora rasgos que no me gustan y por el contrario he perdido varios de los que me gustaban. Pero esencialmente sigue siendo ella misma y yo me sigo sintiendo profundísimamente unido a ella, aunque las cosas hayan cambiado.
Es cada vez más difícil para mí no sentir deseos de huir cuando veo el deterioro de mi hogar, tanto el suyo como el de mi padre. Cuando escucho algunas de las cosas que dicen o veo algunas de las cosas que hacen (o que no hacen) siento miedo, pero sobre todo siento tristeza. Es muy, muy duro tener una entrada en primera fila para ver la decadencia y la vejez de tus seres queridos, y tener que seguir adelante pensando que el futuro traerá un agravamiento del problema, hasta que un día todo termine como es inevitable que ocurra: con la muerte. Desde pequeño le tuve pavor, y ahora está cada vez más cerca de mí. Hace algún tiempo no hubiera sido capaz de decirme esto con tanta franqueza, ni aún de pensarlo, pero ahora sí que lo hago.
De todos modos, hay días y momentos de todos los colores, por así decir, y todavía, cuando hay calma a mi alrededor, la vida puede parecer alegre y cómoda, y las perspectivas optimistas. Pero desgraciadamente, estos ratos no acostumbran a durar demasiado tiempo. De manera que voy pasando de momentos de paz a otros de sufrimiento, y me voy empapando bien del agua fría de los jarros que ellos echan por encima de mí, sin darse cuenta. Y con cada uno de ellos la vida se va haciendo un poco más difícil, y todos los proyectos, los sueños y las esperanzas parecen no sólo más lejanos, sino inútiles.
Aun así, doy gracias a quien corresponda porque mi madre no murió el día de su accidente, y porque a pesar del precio que tengo que pagar por ello, en forma de infelicidad y angustia, aún puedo disfrutar de su compañía y de su amor. Ella es y seguirá siendo la persona a la que más amo, y mi unión intensa con ella seguirá incluso cuando me haya dejado sólo. Quiero interiorizarlo bien y no olvidarlo todo este tiempo, quiero recordar lo que decía Borges y no tener que lamentarlo después, quiero no huir ahora que me necesita. Quiero seguir con ella, y agradezco a la vida que pueda hacerlo y que ahora mismo lo esté haciendo. Es un privilegio. Algún día lo añoraré con dolor.
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