Tía Augusta




Dentro de mi mitología ocupa un lugar fundamental Tía Augusta, el personaje que inventó Graham Greene en su novela “Viajes con mi tía”, y que George Cukor llevó a la pantalla en la película del mismo título.

El personaje que me interesa de verdad es la tía Augusta de la película, más que el personaje literario, porque entre ambas hay diferencias muy significativas. En conjunto, la película es más vital, alegre y ligera, aunque también más superficial, que el libro, que tiene mucho mayor peso y complejidad. El personaje literario es más creíble, pero también más amargo. Tampoco los argumentos son iguales, ni, por supuesto, los finales. Sin duda, “mi” tía Augusta es la cinematográfica, que vi en televisión cuando era niño, y se quedó en mi recuerdo para siempre.

A veces no sé si es importante porque ella se ajusta a algo muy profundo en mí, o si ese algo se creó al ir recordando a Augusta con el paso de los años, es decir, reinventando, porque la película que quedó en mi mente era bastante diferente a la real. Volverla a ver años después me ayudó a ser consciente de las diferencias. Su recuerdo y mi personalidad se fueron desarrollando e influyendo mutuamente con el paso del tiempo, y se han alimentado recíprocamente. Ahora, en muchos aspectos, tía Augusta soy yo.

Mi tía Augusta es ya una mujer de cierta edad, como se suele decir, que ha tenido una vida intensa y que, a pesar de sus años, sigue adelante sin perder su clase, su gusto por los viajes, su excentricidad y sobre todo su pasión por la vida. Así lo descubre su sobrino (en realidad su hijo) cuando la conoce tras el funeral de la que creía su verdadera madre. Como un torbellino, ella le arrastra a una vida más incierta pero más apasionante, llena de movimiento aunque también de caos y riesgos, llena de sabor. Tras conocer el mundo de su tía, ya no hay una posible vuelta atrás, porque eso significaría volver a estar muerto en vida.

Se supone que tía Augusta a tenido una vida “agitada” (fue prostituta y estafadora), llena de viajes, lujo y hombres que la amaron aunque también la utilizaron. Ya mayor, sus nuevas aventuras, consecuencia de las experiencias pasadas, sirven para hacer desfilar otra vez por nuestros ojos un mundo que ya pasó, y del cual los protagonistas son los supervivientes en decadencia que, al mismo tiempo, están decididos a vivir hasta el final.

Una de las tramas de la película gira entorno a un supuesto retrato de Augusta pintado por Modigliani. El cuadro ("El desnudo malva") se convierte en el símbolo de ella: de su "ligereza" (es un desnudo), de su belleza, de las experiencias que tuvo, de su libertad, y especialmente de la intensidad y pasión con la que supo vivir.




A pesar de que este blog se titula "El Viajero" yo no considero que haya viajado mucho, aunque cuando hablo de viajes lo hago en un sentido muy amplio y, fundamentalmente, intento referirme a ello como metáfora de la vida. Es una de mis convicciones más profundas que, de no haber sido por mi familia, mi vida no se habría diferenciado tanto en muchos aspectos de la de Augusta. No quiero decir que yo hubiera sido estafador, ni que me hubieran retratado famosos artistas, ni siquiera que yo habría sido amado (me guste o no, eso ya hubiera podido pasar perfectamente ahora). Pero sí que hubiera vivido de otra manera. El futuro no importa realmente porque, como decía Pessoa, todo es pérdida. No sé si hubiera sido taxista en Nueva York, o vendedor de souvenirs en alguna playa de la India, o cocinero en París. Tal vez habría encontrado una muerte muy temprana en algún tugurio a las afueras de Buenos Aires o Dios sabe qué, pero lo que sé con seguridad es que no estaría hoy aquí.

Algún día me quedaré, tristemente, sólo. Mis padres ya no estarán conmigo. No tengo pareja ni hijos, y el resto de mi familia tiene su propia vida. No sé si temo o espero que la tía Augusta que hay en mí tome las riendas, camino de nada, simplemente deseando caminar. Tal vez me equivoque. Algún día lo sabré.

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