Adiós, adiós...



Mis holas son inaudibles y mis adioses pesan dentro de mí. Una nube de sentimiento que se arrastra en silencio por un cielo oscuro y llueve a solas. Así han sido mis holas y mis adioses, así me he quedado para ver a los demás vivir. ¿Dónde están ahora? No lo sé, pero conmigo no. Nunca lo estuvieron. Y no eran ellos los que pasaban. Era yo.

Ya sólo queda mi pródiga riqueza de adioses, cada uno de ellos un doble fracaso, cada uno de ellos una herida que me hice sin darme cuenta de que me desangraba por el conjunto de ellas. Tanto tiempo esperando una oportunidad para vivir para descubrir de pronto que la oportunidad ya pasó. Sólo queda hacer tiempo hasta la medianoche, con la compañía de un buen libro como consuelo. Un buen libro para leer acerca de la vida, mientras la mía cumple su sentencia.

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