A solas en la Plaza de Sant Francesc
Sabía que los cementerios grandes tienen calles y plazas a las que a veces se les ponen nombres, como si se tratara de una pequeña ciudad, pero nunca había reflexionado sobre ello. Ahora sí, porque ahora sé nuestra dirección allí. Ahora sé el nombre del lugar donde está tu cuerpo, y en el que un día estarán el de papá y el mío. Ahora ya sé dónde...cómo decirlo, ...¿viviremos?... cuando hallamos dejado nuestro hogar y nuestras cosas y el mundo ya no nos reconozca.
Plaza de Sant Francesc, en el cementerio de Montjuïc, tan cerca de nuestra casa que puedo ir caminando. Allí estás tú y aquí estoy yo ahora, a solas frente a tu tumba, a solas en este lugar, a solas en la Plaza de Sant Francesc.
A veces, cuando era niño, sufría terriblemente pensando en ello. Cerraba los ojos y veía una lápida que llevaba nuestros nombres (me asustaba sobre todo ver el tuyo) y unas fechas borrosas. Ahora veo con claridad una de esas fechas: 21 de septiembre de 2007. Me faltan dos por saber, pero ya no tengo miedo.
Mientras caminaba hasta aquí he visto al pasar que alguien decidió grabar sobre una tumba estas palabras: “Aquí se escribe el último capítulo del libro de la historia de una familia”. Me ha hecho daño ver esa inscripción. Me ha hecho ver adónde fueron a parar las páginas arrancadas de una familia que tal vez vivió junto a nosotros y la acuidad del dolor ha penetrado dando una punzada (una más) a mi corazón, viajando como una flecha en el interior de la palabra “libro”. Por un segundo, pareció un mensaje portador de un significado especial para mí.
Tras esa siniestra losa negra que cubre nuestra tumba, una tumba para tres, esperas sola tú. Algún día papá estará también junto a ti, y esa lápida llevará grabados dos nombres y conoceré otra de las fechas que ahora desconozco. Él se interpondrá entre tú y yo. Finalmente, tal vez sin el tiempo o sin la capacidad de saber cuál es la otra fecha que falta, yo me reuniré con vosotros, y seremos tres, a falta solo de tu hija, que se marchó un día para formar su propia familia. Juntos hemos vivido tan cerca de aquí, y juntos cerraremos también nosotros el libro de nuestra historia en este lugar. Los hijos de tus nietos dispondrán de nuestro último recuerdo y supongo que a ellos corresponderá, ya sin ningún dolor, la decisión de nuestro traslado a una fosa común, o la incineración de aquello que reste de nosotros, o lo que quiera que se tenga dispuesto para cuando haya transcurrido tiempo suficiente como para que nadie se inquiete por ello. No debemos preocuparnos. Esa losa negra es la gran puerta en la superficie de la Tierra por la que los tres habremos dejado este mundo, porque no es al morir que lo dejamos sino cuando esa puerta se cierra tras nosotros. Es la puerta al olvido. Espero, en cualquier caso, que el destino sea igual para los tres y que yo permanezca, incluso entonces, cerca de ti. En el olvido de ellos, pero contigo. Cenizas, pero junto a las tuyas.
Hay dos fechas que aún no conozco, pero ya sé la que el destino te ha asignado a ti. Recuerdo tu rostro en aquella antigua foto, cuando eras una niña muy pequeña, junto a tus padres y tus hermanos. Aquella niña, tan especial incluso en una mala foto, ya no está. Ella sí acabó, completamente, de escribir el libro de su vida. Y es aquí donde se me parte el corazón, por mí y por ti.
¿Fuiste feliz, mamá? ¿Valió la pena? En casa suelo mirar y besar otra de tus fotografías, aquella que siempre fue mi favorita, aquella en la que miras, girándote soñadora, con ojos enormes de emperatriz bizantina. Hermosa y joven, vestida de blanco, siempre elegante, con tu brillante cabello negro y un collar de perlas falsas. Aquella niña quería ser azafata de avión y volar por el mundo, aunque hubiera podido ser mucho más. Pero en el tiempo y en el lugar donde tuviste la desgracia de nacer, tu destino era ser esposa y madre. Podrías haber sido mucho más, tenías dones para brillar como un pequeño sol. No es amor de hijo: sé que dormía un dragón encantado en tu interior. Y tú también lo sabías. Se te encajó por la fuerza en un pequeño papel, se te comprimió como si solamente fueras aire que pudiera conservarse encerrado en una botella encorchada, conteniéndolo como se contiene a los genios en sus lámparas. Como un champán selecto destinado a no consumirse jamás en una gran ocasión sino a ser desechado cuando finalmente la botella se rompiera. Ya se rompió. Todo acabó.
¿Fuiste feliz, mamá? Te lo tengo que preguntar otra vez ¿Fuiste feliz? O mejor debo tener el valor para mirar directamente a tus ojos en mi alma y formularte la verdadera pregunta: ¿Te hice yo feliz, mamá? ¿Fui yo suficiente? Sé que tu respuesta sería sorprenderte, besarme, reñirme y decirme que sí. Pero qué otra cosa podrías decirme, siendo ante todo una madre. No has entendido bien mi pregunta. Yo quiero saber justo más allá de eso, yo quiero bajar un peldaño más abajo, a un sitio tras aquel otro, a un lugar más profundo. Encogido y abandonado en el corazón de la madre está el de aquella niña que fue. Yo se lo pregunto a ella. ¿Fuiste feliz? Yo creo que no, porque lo que podría haber sido no fue. Conmigo o sin mí, tú naciste con alas para volar más lejos y más alto. Por amor te has contentado con tu papel de madre y esposa, y has amado. Pero, ¿fuiste feliz?
Aquella niña de la foto terminó su camino, y la joven de ojos de emperatriz bizantina ya no enamora más. Todos siguen viviendo como si nada. El mundo ya te ha olvidado. El fulgor de tu interior aguardó agazapado sin que nunca llegara su gran momento, y ya se apagó. Latía en ti, pero lo dejaste, entre otras cosas, por mí. Se marchitó dormido en tu interior, preñada como estabas de posibilidades que nunca nacieron. Yo lo vi. Yo lo sentí. Hasta que ahora estás ahí.
No importa, mamá. Si Él existe, te habrá dado ya la plenitud que merecías. Tal vez incluso, allí, estás ya junto a mí y yo junto a ti. ¿No es aquello el Paraíso? ¿No está más allá del Tiempo? Yo no estoy más allá de él, aunque algún día lo estaré. Hay una fecha que desconozco y para la cual tal vez falten aún muchos años, pero el día que llegue, como llegó el 21 de septiembre, caminaré hacia ti y toda nuestra familia estará más allá del Tiempo, olvidada sin que ello importe. Algún día volveré a tener algo más que el eco de ti o no tendré nada. Bienvenido sea entonces el olvido.
Plaza de Sant Francesc, en el cementerio de Montjuïc, tan cerca de nuestra casa que puedo ir caminando. Allí estás tú y aquí estoy yo ahora, a solas frente a tu tumba, a solas en este lugar, a solas en la Plaza de Sant Francesc.
A veces, cuando era niño, sufría terriblemente pensando en ello. Cerraba los ojos y veía una lápida que llevaba nuestros nombres (me asustaba sobre todo ver el tuyo) y unas fechas borrosas. Ahora veo con claridad una de esas fechas: 21 de septiembre de 2007. Me faltan dos por saber, pero ya no tengo miedo.
Mientras caminaba hasta aquí he visto al pasar que alguien decidió grabar sobre una tumba estas palabras: “Aquí se escribe el último capítulo del libro de la historia de una familia”. Me ha hecho daño ver esa inscripción. Me ha hecho ver adónde fueron a parar las páginas arrancadas de una familia que tal vez vivió junto a nosotros y la acuidad del dolor ha penetrado dando una punzada (una más) a mi corazón, viajando como una flecha en el interior de la palabra “libro”. Por un segundo, pareció un mensaje portador de un significado especial para mí.
Tras esa siniestra losa negra que cubre nuestra tumba, una tumba para tres, esperas sola tú. Algún día papá estará también junto a ti, y esa lápida llevará grabados dos nombres y conoceré otra de las fechas que ahora desconozco. Él se interpondrá entre tú y yo. Finalmente, tal vez sin el tiempo o sin la capacidad de saber cuál es la otra fecha que falta, yo me reuniré con vosotros, y seremos tres, a falta solo de tu hija, que se marchó un día para formar su propia familia. Juntos hemos vivido tan cerca de aquí, y juntos cerraremos también nosotros el libro de nuestra historia en este lugar. Los hijos de tus nietos dispondrán de nuestro último recuerdo y supongo que a ellos corresponderá, ya sin ningún dolor, la decisión de nuestro traslado a una fosa común, o la incineración de aquello que reste de nosotros, o lo que quiera que se tenga dispuesto para cuando haya transcurrido tiempo suficiente como para que nadie se inquiete por ello. No debemos preocuparnos. Esa losa negra es la gran puerta en la superficie de la Tierra por la que los tres habremos dejado este mundo, porque no es al morir que lo dejamos sino cuando esa puerta se cierra tras nosotros. Es la puerta al olvido. Espero, en cualquier caso, que el destino sea igual para los tres y que yo permanezca, incluso entonces, cerca de ti. En el olvido de ellos, pero contigo. Cenizas, pero junto a las tuyas.
Hay dos fechas que aún no conozco, pero ya sé la que el destino te ha asignado a ti. Recuerdo tu rostro en aquella antigua foto, cuando eras una niña muy pequeña, junto a tus padres y tus hermanos. Aquella niña, tan especial incluso en una mala foto, ya no está. Ella sí acabó, completamente, de escribir el libro de su vida. Y es aquí donde se me parte el corazón, por mí y por ti.
¿Fuiste feliz, mamá? ¿Valió la pena? En casa suelo mirar y besar otra de tus fotografías, aquella que siempre fue mi favorita, aquella en la que miras, girándote soñadora, con ojos enormes de emperatriz bizantina. Hermosa y joven, vestida de blanco, siempre elegante, con tu brillante cabello negro y un collar de perlas falsas. Aquella niña quería ser azafata de avión y volar por el mundo, aunque hubiera podido ser mucho más. Pero en el tiempo y en el lugar donde tuviste la desgracia de nacer, tu destino era ser esposa y madre. Podrías haber sido mucho más, tenías dones para brillar como un pequeño sol. No es amor de hijo: sé que dormía un dragón encantado en tu interior. Y tú también lo sabías. Se te encajó por la fuerza en un pequeño papel, se te comprimió como si solamente fueras aire que pudiera conservarse encerrado en una botella encorchada, conteniéndolo como se contiene a los genios en sus lámparas. Como un champán selecto destinado a no consumirse jamás en una gran ocasión sino a ser desechado cuando finalmente la botella se rompiera. Ya se rompió. Todo acabó.
¿Fuiste feliz, mamá? Te lo tengo que preguntar otra vez ¿Fuiste feliz? O mejor debo tener el valor para mirar directamente a tus ojos en mi alma y formularte la verdadera pregunta: ¿Te hice yo feliz, mamá? ¿Fui yo suficiente? Sé que tu respuesta sería sorprenderte, besarme, reñirme y decirme que sí. Pero qué otra cosa podrías decirme, siendo ante todo una madre. No has entendido bien mi pregunta. Yo quiero saber justo más allá de eso, yo quiero bajar un peldaño más abajo, a un sitio tras aquel otro, a un lugar más profundo. Encogido y abandonado en el corazón de la madre está el de aquella niña que fue. Yo se lo pregunto a ella. ¿Fuiste feliz? Yo creo que no, porque lo que podría haber sido no fue. Conmigo o sin mí, tú naciste con alas para volar más lejos y más alto. Por amor te has contentado con tu papel de madre y esposa, y has amado. Pero, ¿fuiste feliz?
Aquella niña de la foto terminó su camino, y la joven de ojos de emperatriz bizantina ya no enamora más. Todos siguen viviendo como si nada. El mundo ya te ha olvidado. El fulgor de tu interior aguardó agazapado sin que nunca llegara su gran momento, y ya se apagó. Latía en ti, pero lo dejaste, entre otras cosas, por mí. Se marchitó dormido en tu interior, preñada como estabas de posibilidades que nunca nacieron. Yo lo vi. Yo lo sentí. Hasta que ahora estás ahí.
No importa, mamá. Si Él existe, te habrá dado ya la plenitud que merecías. Tal vez incluso, allí, estás ya junto a mí y yo junto a ti. ¿No es aquello el Paraíso? ¿No está más allá del Tiempo? Yo no estoy más allá de él, aunque algún día lo estaré. Hay una fecha que desconozco y para la cual tal vez falten aún muchos años, pero el día que llegue, como llegó el 21 de septiembre, caminaré hacia ti y toda nuestra familia estará más allá del Tiempo, olvidada sin que ello importe. Algún día volveré a tener algo más que el eco de ti o no tendré nada. Bienvenido sea entonces el olvido.