La diversidad de la Ciencia



Se dice que Carl Sagan dijo una vez (aunque me ha sido imposible encontrar dónde):

“A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa.”

Yo, a veces, parafraseo a Sagan y digo así:
“A veces creo que Dios existe y que el Universo fue creado por Él, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa.”

Que haya un Dios capaz de crear un Universo resulta asombroso, y que exista un Universo (o más de uno) sin que haya sido creado por un Dios, también. ¿Cuál de las dos opciones es la verdadera? ¿Existe Dios? No hay libro que pueda decirme con seguridad si existe o no existe Dios y “La diversidad de la Ciencia” no pretende conseguirlo sino que se limita a trasmitir con sinceridad las opiniones de un ser humano (que en este caso resulta ser un importante científico y reconocido divulgador) acerca de su posible existencia (la obra se subtitula “Una visión personal de la búsqueda de Dios”). Como otros libros de su clase, sólo puede ofrecernos algo más de información para ayudarnos a afinar la apuesta personal que finalmente uno debe hacer en esta cuestión.

Se trata de una obra póstuma que recoge el contenido de las 9 conferencias con las que Sagan correspondió hace más de 20 años (en 1985) a la invitación de las Conferencias Gifford, una sociedad (vinculada a la Fundación Templeton) que cada año ofrece a una renombrada personalidad del mundo de la ciencia y del pensamiento la posibilidad de exponer sus ideas en el campo de la llamada Teología Natural, un ámbito relativamente nuevo que Carl Sagan define así: “el conocimiento teológico que se puede adquirir sólo mediante la razón, la experiencia y el experimento; no a través de la revelación de la experiencia mística, sino únicamente la razón.” (p. 167) Se trata de un enfoque que necesariamente debía resultar atractivo para Sagan ya que él consideraba que la Ciencia es en parte “adoración informada” (p. 53). No tengo duda de que para la gran mayoría de los lectores el fondo del asunto es el mismo.

Aunque estemos ante el contenido de unas conferencias impartidas en 1985, el texto conserva todo su interés si bien en algunos aspectos, incluidas las ilustraciones, ha sido actualizado y puntualmente corregido para su publicación. Lamentablemente, no es posible distinguir en el libro aquello que Sagan dijo de aquello que ha sido retocado. Su viuda, Ann Druyan, explica en el prólogo que “Carl vio en estas conferencias la posibilidad de reflejar detalladamente su visión de la relación entre religión y ciencia y algo de su propia búsqueda para entender la naturaleza de lo sagrado.” (p. 16) Y también nos proporciona un buen resumen de la actitud de Sagan en este materia: “La idea de que debe aplicarse el método científico a las cuestiones más profundas se menosprecia a menudo llamándola “cientificismo”. Esta acusación la hacen los que sostienen que las creencias religiosas deben quedar fuera del escrutinio científico; que las creencias (convicciones sin pruebas que puedan ser contrastadas) son en sí mismas vía suficiente de conocimiento. Carl entendía este sentimiento, pero insistía, con Bertrand Russell, en que “lo que se necesita no es la voluntad de creer, sino el deseo de descubrir, que es exactamente lo contrario”. Y, en toda circunstancia, incluso cuando le llegó la hora de enfrentarse a su propio destino cruel -murió de neumonía el 20 de diciembre de 1996, después de someterse a tres trasplantes de médula ósea-, Carl no sólo quería creer: quería saber.” (p. 13) Y añade: “Se tomaba la idea de Dios tan en serio que la demostración de su existencia tenía que superar los criterios de análisis más rigurosos.” (p. 12) Resulta interesante constatar que la coincidencia con Richard Dawkins es absoluta.

Sagan expuso lo que pensaba con gran educación, no exenta en ocasiones de ironía y humor, pero eso no quiere decir que rehuyera la sinceridad. Nada más comenzar sus conferencias expresó rotundamente la siguiente afirmación:

“¿Y que es en concreto la superstición? ¿Es sólo, como han dicho algunos, la religión de los otros? (...) Yo diría que la superstición no se caracteriza por su pretensión de ser un corpus de conocimiento sino por su método de búsqueda de la verdad. Y la superstición consiste en algo muy simple: se trata de creer sin pruebas.” (p. 23)

A partir de aquí va examinando reflexivamente los diferentes aspectos, a favor o en contra, que pueden tomarse en consideración acerca de la existencia o de la inexistencia de Dios. Una de las objeciones más reiteradas que le hace a la idea del Dios “occidental” es que se trata de un Dios “pequeño”, un Dios que en todo caso es el creador de un mundo, nuestro mundo, pero no de muchos mundos, no del Universo:

“El número de galaxias externas más allá de la Vía Láctea es al menos de miles de millones y quizá de cientos de miles de millones, cada una de ellas formada por un número de estrellas más o menos comparable a nuestra propia galaxia. Así, si multiplicamos para saber cuántas estrellas significa esto, el número es... veamos, 10 a la... sería algo así como uno seguido de 23 ceros, de las que nuestro Sol es sólo una. Resulta de utilidad para calibrar cuál es nuestro lugar en el universo. Y este inmenso número de mundos, la enorme escala del universo, desde mi punto de vista prácticamente no se ha tomado en consideración, ni siquiera de manera superficial, en ninguna religión, sobre todo en las religiones occidentales." (p. 49) (...) "... el Dios retratado es demasiado pequeño. Se trata del Dios de un mundo diminuto y no del Dios de una galaxia, menos aún de un universo.” (p. 52)

Se insiste en el libro, en cuanto que factor relevante desde el punto de vista teológico, en que no ocupamos ningún lugar especial no ya en el Universo sino ni siquiera dentro de la galaxia o del sistema solar. No obstante, y queriendo por una vez hacer de “abogado de Dios” (cosa a mi parecer muy justa ya que la propia Iglesia no se ha privado de contar con “abogados del Diablo”), no está tan claro que no ocupemos algún lugar “especial” en el Universo, al menos si lo consideramos desde el punto de vista de un lugar relativamente “tranquilo” y seguro que favorezca la aparición y la evolución a largo plazo de la vida. Hay además un segundo aspecto que debemos considerar dentro de lo que Sagan llama, por así decir, “teoría copernicana”: la existencia o no de vida extraterrestre, y especialmente de vida inteligente. Dice:

“Bueno, si no tenemos una posición, velocidad o aceleración que nos distinga, ni un origen separado de los otros animales o plantas, como mínimo, quizá seamos los seres más inteligentes del universo. Y ésta es nuestra singularidad. Así pues, hoy en día, la batalla, la batalla copernicana, se libra de forma en cierto modo encubierta en la cuestión de la inteligencia extraterrestre. Puede que las ideas copernicanas -el principio de mediocridad, si quieren llamarlo así- funcionasen para todo lo que hemos dicho, pero no funcionan en cuanto a la vida extraterrestre, y a que nosotros seamos únicos.” (p. 62)

En este sentido, a pesar de sus razonamientos prudentes y escépticos, Sagan se inclina hacia la idea de que posiblemente no somos la única forma de vida del universo, ni tampoco la única forma de vida inteligente. En ningún momento le cita, pero Sagan podría haber utilizado la frase que hace más de 2 milenios utilizara el filósofo griego Metrodoro de Quíos: “Es antinatural que en un gran campo sólo haya una espiga de trigo y que en el universo infinito sólo haya un mundo con vida”. A modo de especulación, recurre a la ecuación de Drake para obtener algunas estimaciones, en un abanico que iría de la más pesimista a la más optimista, acerca de la posibilidad de la existencia (o no) de civilizaciones desarrolladas en nuestra galaxia, y en caso afirmativo, de su posible abundancia o escasez. Aquí el rango iría de una (nosotros) a muchas.

"Hay una secuencia de números perfectamente plausibles que conducen a un gran número de civilizaciones. No garantiza nada, pero preserva la prueba inicial. Ésta es la única función que tiene, aparte del hecho satisfactorio de que con una sola ecuación se conecta la astrofísica estelar, la cosmogonía del sistema solar, la ecología, la bioquímica, la antropología, la arqueología, la historia, la política y la psicología patológica." (p. 243)



Aquí, haciendo otra vez de abogado de Dios, no se puede evitar pensar que si no existiera más vida que la nuestra en toda la galaxia y tal vez en todo el universo y nosotros fuéramos la única forma de vida más o menos inteligente, lo que él llama “teoría copernicana” quedaría seriamente dañada y una visión antropocéntrica recobraría todo su esplendor teológico, ya que no es lo mismo ser parte de algo común que ser algo absolutamente excepcional. No importa qué lugar físico ocupamos en el universo. Si somos únicos somos muy, muy especiales, y los “ojos de Dios” (así como sus "planes") podrían estar muy fijos en nosotros.

Reconoce que, en el momento en que dictaba estas conferencias, las pruebas a favor de vida extraterrestre y particularmente de vida inteligente eran casi completamente inexistentes, como lo son 20 años después. Si hay fundadas posibilidades de que existan más civilizaciones que la nuestra en el universo, entonces ¿dónde está todo el mundo?, como dijo Enrico Fermi. Tal vez, siguiendo la “hipótesis zoo” (p. 254) no desean interferir en nuestro desarrollo, o tal vez aún no los hemos descubierto por alguna razón, pero aunque todavía es muy temprano para afirmar nada, esto tiene (o tendría) implicaciones.

Lógicamente, repasa también aquello que sabemos acerca de la aparición de la vida y de su evolución en el tiempo, rechazando el argumento del diseño (p. 63 y ss) o teorías como la del Boeing 747 (p. 123-124). Dedica más espacio (y esto dice mucho su favor) a reflexionar acerca del principio antrópico, en vez de pasar de puntillas sobre él, como si le incomodara, que es la sensación que se tiene en ocasiones al leer lo que dicen otros autores. Lejos de incomodarse, Sagan dedica varias páginas a exponer algunas de las grandes “casualidades” que parecen hacer posible la vida en el Universo. No zanja la cuestión (entre otras cosas porque obviamente no puede), si bien habla de falta de imaginación a la hora de examinar lo que esto pueda querer decir, y sus explicaciones en torno a este tema constituyen una de las partes más interesantes del libro:

“Ahora me gustaría volver al llamado principio antrópico. (...) Ahora estamos aquí. Estamos vivos, tenemos un grado modesto de inteligencia, hay un universo a nuestro alrededor que está claro que permite la evolución de la vida y la inteligencia. Creo que se trata de la afirmación más corriente y segura que puede hacerse sobre este tema: el universo favorece la evolución de la vida, al menos aquí. Pero lo más interesante es que, en un gran número de aspectos, el universo está muy bien afinado, de modo que si las cosas fueran un poco diferentes, si las leyes de la naturaleza fueran un poco diferentes, si las constantes que determinan la acción de estas leyes de la naturaleza fueran un poco distintas, el universo podría cambiar tanto como para llegar a ser incompatible con la vida.

(...) En mi opinión, hay un curioso aspecto ex post facto en este razonamiento. Veamos otro ejemplo. La gravitación newtoniana es 1 de la inversa del cuadrado. Tomemos dos objetos que gravitan uno sobre el otro y trasladémoslos a doble distancia uno del otro: la atracción gravitacional será un cuarto de lo que era; si los ponemos 10 veces más lejos, la atracción gravitacional será una centésima parte de la interior. Resulta que cualquier desviación de una ley de la inversa del cuadrado exacta produce órbitas planetarias que son, de un modo u otro, inestables. Una ley de la inversa del cubo, por ejemplo, o de exponente negativo más alto, supondría que los planetas se acercaría rápidamente en espiral hacia el sol, y resultarían destruidos.

Imaginemos un mecanismo con un dial que nos permitiera modificar la ley de la gravedad (me gustaría que existiera un mecanismo así, pero no existe). Podríamos marcar cualquier exponente, incluido el 2, para el universo en que vivimos y eso daría lugar a un gran subconjunto de posibles exponentes que producirían un universo en el que las órbitas planetarias estables serían imposibles. Incluso una pequeña desviación de 2 (2,0001 por ejemplo) podría, durante el periodo de tiempo de la historia del universo, ser suficiente para hacer imposible nuestra existencia hoy.

Así, cabe preguntarse: ¿cómo es que se trata exactamente de una de la inversa del cuadrado? ¿Cómo apareció? He aquí una ley aplicable a todo el cosmos que podemos ver. Galaxias binarias distantes que orbitan una alrededor de la otra siguen exactamente una de la inversa del cuadrado. ¿Por qué no otro tipo de ley? ¿Es sólo un accidente, o es una ley cuadrada inversa destinada a que nosotros podamos estar aquí?

En la misma ecuación newtoniana, aparece la constante de proporcionalidad gravitacional llamada “gran G”. Resulta que si la gran G (cuyo valor en el sistema de centímetro-gramo-segundo es de unos 6,67 x 10-8), fuera 10 veces mayor (6,67 x 10-7), la consecuencia sería que el único tipo de estrellas que tendríamos en el cielo serían las estrellas gigantes azules, que gastan su combustible nuclear tan rápidamente que no durarían el tiempo suficiente para que evolucionara vida en ninguno de sus planetas (eso si las escalas de tiempo para la evolución de la vida en nuestro planeta son extrapolables). Ahora bien, si la constante gravitacional newtoniana fuera 10 veces menor, entonces sólo tendríamos estrellas enanas rojas. ¿Qué problema habría si el universo estuviera formado por estrellas enanas rojas? Bueno, se dice que este tipo de estrellas duran mucho tiempo porque queman lentamente su combustible nuclear, pero son fuentes de luz tan débiles que, para alcanzar la temperatura de licuación del agua, por ejemplo, los planetas tendrían que estar muy cerca de las estrellas. Pero si pusiéramos estos planetas muy cerca de las estrellas, éstas ejercerían una fuerza de atracción tal sobre el planeta que haría que éste siempre mantuviera la misma cara hacia ella, y, por tanto, el lado cercano estaría demasiado caliente y el lejano demasiado frío, lo cual es incompatible con la vida. Así pues, ¿no les parece notable que la gran G tenga el valor que tiene?

Ahora consideremos la estabilidad de los átomos. Un electrón con una masa que es unas 1800 milésimas de la masa de un protón tiene la misma carga eléctrica que este punto exactamente. Si fuera sólo un poco diferente, los átomos no serían estables. ¿Cómo es que las cargas eléctricas son exactamente las mismas? ¿Es para que, 14 mil millones de años después, nosotros, que estamos hechos de átomos, podamos seguir aquí?

O si la constante de interacción nuclear fuerte fuera sólo un poco más débil de lo que es, podríamos demostrar que sólo el hidrógeno sería estable en el universo y que todos los demás átomos, que sin duda se necesitan para la vida, nunca habrían existido.

O si determinadas resonancias nucleares específicas en la física nuclear del carbón y del oxígeno fueran un poco diferentes, no se había podido acumular en el interior de las estrellas gigantes rojas los elementos más pesados y, otra vez, sólo tendríamos hidrógeno y helio en el universo y la vida sería imposible. ¿Cómo es que todo funciona también como para permitir la vida cuando es posible imaginar universos completamente distintos?

(...) ¿Qué podemos decir esto? Déjenme, para concluir, hacer unas cuantas afirmaciones críticas. En primer lugar, al menos en partes de este razonamiento, hay un déficit de imaginación. Tomemos el argumento de la enana roja, en el que si la constante gravitacional fuera de un orden de magnitud inferior, tendríamos sólo enanas rojas. ¿Es verdad que no podríamos tener vida en esta situación por las razones que he mencionado? Resulta que no, por dos motivos diferentes. Analicemos otra vez el argumento de la atracción sobre el planeta. En el caso de un planeta cercano y la estrella, parece posible que se reprodujera la situación de la Luna respecto a la Tierra, es decir, que el cuerpo secundario haga una rotación por revolución, manteniendo siempre este modo la misma cara hacia el primario. (Por eso siempre vemos al Hombre en la Luna y no a la Mujer en la otra cara.) Pero si nos fijamos en M0ercurio y el Sol, vemos un planeta cercano que no está en una resonancia de uno a uno, sino de tres a dos. Las resonancias son muchas más que una sola. Más aún, si hablamos de planetas que contienen vida, estamos hablando de planetas con atmósfera. Un planeta con atmósfera transporta al calor del hemisferio iluminado al no iluminado y redistribuye la temperatura. Por tanto, no se trata sólo del lado caliente y el lado frío. Sería mucho menos extremo que eso.

Y ahora echemos una mirada a los planetas más distantes, aquellos que podríamos pensar que son demasiado fríos para contener vida. Eso olvida el llamado efecto invernadero, el mantenimiento de emisión infrarroja por parte de la atmósfera del planeta. Tomemos Neptuno, a 30 unidades astronómicas del Sol, por lo que calcularíamos que tiene casi 1000 veces menos luz que el Sol y, sin embargo, hay un lugar en la atmósfera de Neptuno, visible mediante ondas de radio, tan cálido como la acogedora habitación en la que me encuentro. Es decir, que lo que ha ocurrido aquí es que se ha ofrecido un argumento, pero sin los detalles suficientes. No se ha analizado lo suficiente. Y apuesto que ocurrirá lo mismo con algunos de los otros ejemplos que presento.

La segunda posibilidad es que haya algún nuevo principio no descubierto hasta ahora que conecte varios aspectos, aparentemente inconexos, del universo, de la misma manera que la selección natural proporcionó una solución totalmente inesperada a un problema que no parecía tener ningún tipo de solución concebible.

Y, en tercer lugar, está la llamada idea de muchos mundos, o mejor, de muchos universos, que es lo que tenía en mente cuando hablaba de historia al principio. Es decir, que si cada microinstante de tiempo el universo se divide en universos alternativos donde las cosas funcionan de manera diferente, y si en el mismo momento hay una serie enorme y tremendamente grande, quizá infinitamente grande, de otros universos con otras leyes de la naturaleza y otras constantes, entonces nuestra existencia en realidad no es tan extraordinaria. Hay todos esos otros universos en los que no hay vida de ningún tipo. Parece que nosotros, por azar, estamos en el único que tiene vida. Es un poco como ganar una baza en el bridge. La probabilidad de que, por ejemplo, que te repartan 12 picas es ridículamente baja. Pero es la misma que conseguir cualquier otra mano, por tanto, a la larga, si jugamos el tiempo suficiente, algún universo tiene que tener nuestras leyes de la naturaleza.” (p. 75-81)

El libro se va encaminando después hacia una reflexión más específica, podríamos decir más “filosófica” de la religión como fenómeno humano y de Dios como concepto. Como siempre, Sagan sabe ser un gran comunicador:

“Pensemos otra vez en todas las posibilidades: mundos sin dioses, dioses sin mundos, dioses creados por dioses preexistentes, dioses que siempre han estado aquí, dioses que nunca mueren, dioses que mueren, dioses que mueren más una vez, diferentes grados de intervención divina en los asuntos humanos; ningún profeta, uno, o muchos; ningún salvador, uno, o muchos; ninguna resurrección, una, o muchas; ningún Dios, uno, o muchos. Y cuestiones relacionadas con los sacramentos, la mutilación religiosa y la escarificación, el bautismo, las órdenes monásticas, las expectativas ascéticas, la presencia o ausencia de vida después de la muerte, días para comer pescado, días para no comer en absoluto, cuántas vidas después de la vida tenemos por delante, justicia en este mundo, en el próximo, o ninguno en absoluto, reencarnación, sacrificio humano, prostitución en el templo, yihads, y así sucesivamente. Hay una inmensa variedad de cosas en las que la gente cree. Las diferentes religiones creen en diferentes cosas. Cada opción religiosa es una caja de sorpresas. Y está claro que hay más combinaciones y alternativas que religiones, aunque en la actualidad haya algo así como unos cuantos miles de religiones del planeta. En la historia del mundo, probablemente ha habido muchas decenas, quizá centenares de miles, si pensamos en nuestros antepasados cazadores-recolectores, cuando la comunidad humana corriente era de unas cien personas o así. (...)

Así pues, considerando esta serie de alternativas, algo que se me ocurre y que me asombra es que, cuando alguien tiene una experiencia de conversión religiosa, casi siempre es a la religión o a una de las religiones en las que se cree principalmente en su comunidad. ¡Sin embargo, hay tantas posibilidades! Por ejemplo, es muy raro en Occidente que alguien tenga una experiencia de conversión a una religión en la que la principal deidad tenga cabeza de elefante de color azul. Es bastante raro. Pero en la India hay un dios azul con cabeza de elefante que tienen muchos devotos, y no es tan raro ver pinturas de este dios. ¿Cómo es que la aparición de dioses elefantes está limitada a la india o sitios donde una fuerte tradición hindú? ¿Cómo es que las apariciones de la Virgen María son comunes en Occidente pero raramente se producen en lugares de Oriente en los que no hay una importante tradición cristiana? ¿Por qué los detalles de las creencias religiosas no cruzan barreras culturales? Es difícil de explicar, a no ser que los detalles estén totalmente determinados por la cultura local y no tenga nada que ver con algo externamente válido.

Dicho de otro modo, cualquier predisposición a la creencia religiosa puede verse poderosamente influida por la cultura indígena, viva uno donde viva. Especialmente si los niños están expuestos desde muy pequeños a una serie concreta de doctrinas, música, arte y ritual, es algo tan natural para ellos como respirar, motivo por el cual las religiones hacen tantos esfuerzos por atraer a los más jóvenes.” (p. 171-172)

Sagan repasa los diferentes argumentos tradicionales a favor de la existencia de Dios “occidental” (el argumento cosmológico, la teoría del diseño, el argumento moral de la existencia de Dios, la llamada “teoría ontológica” (de San Anselmo), el argumento de la conciencia, la teoría de la experiencia (p. 174-182)), y opina que “el resultado total no es excesivamente impresionante. Es como si mostrásemos una justificación racional para algo que, por otro lado, esperamos que sea cierto.” (p. 182). Continúa después con el examen de determinados problemas clásicos respecto a la existencia de Dios, y muy especialmente del problema de la existencia del mal en un mundo supuestamente creado por un Dios omnipotente y benevolente, así como sobre la eficacia de la oración, o sobre las pruebas que Él podría (y debería, en su opinión) haber dado de su existencia. No se expone nada nuevo, pero contribuye a proporcionar un panorama amplio en el que intentar comprender:

“¿Porque hay una lista tan larga de cosas que Dios le dice a la gente que haga? ¿Por qué Dios no lo hizo directamente todo bien? Si uno pone en marcha un universo, puede hacerlo todo.” (p. 184)

“Como ha señalado Ann Druyan, un Creador inmortal es por definición un dios cruel, porque Él, que nunca tiene que enfrentarse al temor de la muerte, crea en cambio innumerables criaturas que sí tienen que hacerlo. ¿Por qué hace algo así? Si Él es omnisciente, podría ser más amable y crear seres inmortales, protegidos del peligro de muerte. Sin embargo, crea un universo en el que muchas de sus partes, y quizá la totalidad del mismo, mueren. En muchos mitos, la posibilidad que más preocupa a los dioses es que los humanos descubran algún secreto de inmortalidad o incluso, como en el mito de la Torre de Babel, por ejemplo, que intenten el asalto a los cielos. Hay un imperativo claro en la religión occidental, y es que los humanos deben seguir siendo criaturas pequeñas y mortales. ¿Por qué? Es un poco como si los ricos que imponen la pobreza a los pobres pretendieran ser amados por ello.” (p. 51)

Y ofrece diversas hipótesis acerca del fenómeno religioso y la idea de Dios, entre ellas:

“Para decirlo más explícitamente: empezamos con la sensación de que nuestros padres son omnipotentes y omniscientes, desarrollamos con ellos determinadas relaciones (hay diferentes grados de salud mental en ellas, dependiendo de la naturaleza de la relación entre padres e hijos), después crecemos y, al hacerlo, descubrimos que nuestros padres no son perfectos. Nadie lo es, por supuesto. Hay una parte de nosotros que queda profundamente decepcionada. Una parte de nosotros que ha sido inducida a aceptar una jerarquía de dominación y no entiende la incertidumbre de tenerse que enfrentar a las cosas por sí mismos. Una de las razones principales que se arguyen al enumerar las ventajas de la vida militar y de otras sociedades poderosamente jerarquizadas es que no se tiene necesidad de pensar por sí mismo, lo que proporciona cierto poder tranquilizador. Y así, según Freud, endosamos al cosmos nuestras predisposiciones emocionales. Podemos pensar que eso explica mucho sobre la religión o no, pero hay algo que vale la pena tener en cuenta. Fiodor Dostoievski escribió en “Los hermanos Karamazov”: “Mientras conserva la libertad, no hay nada por lo que el hombre luche tan incesante y dolorosamente como para encontrar a alguien a quien adorar.” (p. 198)

Reflexiona acerca de los posibles vínculos entre las emociones humanas, incluyendo el sentimiento religioso, y algunas sustancias químicas, incluso algunas que tal vez nuestro organismo podría producir de forma natural (ironiza con la hipotética existencia de una droga que él bautiza como “teoforina”) y dice: “¿Qué ventaja selectiva podría significar? A falta de otras, serviría para promover la conformidad social, o dicho en términos más favorables, garantizaría la estabilidad social y la moralidad, y ésta es, desde luego, una de las principales justificaciones de la religión. El aspecto cosmológico de las deidades es un atributo totalmente aparte. Pensemos en cómo bajamos la cabeza cuando rezamos, un gesto de sumisión que se da en muchos animales como señal de deferencia al macho alfa. La Biblia nos encarece no mirar a Dios a la cara bajo riesgo de morir al instante. Los machos sumisos de muchas especies, incluida la nuestra, desvían los ojos ante el macho alfa. En la corte de Luis XIV, el rey iba precedido por los cortesanos que, al paso del rey, gritaban: “Avertez les yeux! No alcéis la vista. Va a pasar” Y aún hoy, muchos animales con delirios de autoridad pueden mostrarse agresivos simplemente se les mira a los ojos.” (p. 203-204)

Para finalizar, hay dos párrafos que me han llamado mucho la atención, por motivos distintos. En uno, Sagan reflexiona sobre el momento actual, visto desde una perspectiva histórica, y adopta un punto de vista idéntico al de Martin Rees en “Nuestra hora final”:

“También me parece claro que, dentro de 1000 años, los historiadores, si es que hay alguno, verán nuestra época como un tiempo absolutamente crítico, un momento decisivo, un punto crucial en la historia humana. Porque, si sobrevivimos, este tiempo será recordado como el instante en que podríamos habernos autodestruido como especie, pero recuperamos la sensatez y no lo hicimos. También será la época en que el planeta se cohesionó. Y también se recordará como el momento en que, lenta y tentativamente, con titubeos, enviamos por primera vez a nuestros emisarios robóticos a los mundos vecinos y después fuimos nosotros mismos.” (p. 230)

Y por otro me ha gustado de una forma muy especial el siguiente párrafo, redactado hace más de veinte años pero que ahora está mucho más de actualidad que cuando fue pronunciado:

“Creo que nos matamos unos a otros, o amenazamos con matarnos unos a otros, en parte porque tenemos miedo de no llegar a saber la verdad, de que alguien con una doctrina diferente puede aproximarse más a ella. Nuestra historia es en parte una batalla a muerte entre mitos enfrentados. Si no puedo convencerte, te mato. Esto te hará cambiar de idea. Eres una amenaza para mi versión de la verdad, especialmente la verdad sobre quién soy yo y cuáles mi naturaleza. La idea de que pueda haber dedicado mi vida a una mentira, de que pueda haber aceptado una idea convencional que ya no se corresponde, si es que alguna vez lo hizo, a la realidad externa, es una constatación muy dolorosa. Mi tendencia será resistirme a ella hasta el final. Estoy dispuesto a hacer lo que sea para no llegar a descubrir que la visión del mundo a la que dedicado mi vida no es la correcta. Lo digo en términos personales para no decirlo en segunda persona, para no acusar a nadie de esa actitud, pero creo que entenderán que no se trata de un mea culpa: lo que intento es describir una dinámica psicológica que creo que existe y que es importante y preocupante.” (p. 232-233)

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