Toda la verdad que el corazón conoce

El último párrafo de la entrada anterior me ha hecho recordar una de las experiencias más impresionantes que recuerdo: durante un curso sobre técnicas de relajación y visualización creativa me pidieron, tras unos minutos de relajación profunda, que imaginara que volaba por el aire y llegaba hasta un castillo situado sobre las nubes. Una vez allí, debía entrar y dirigirme a un gran salón, en el cual debía ver mi propio corazón sobre una mesa. Entonces me preguntaban ¿cómo lo ves?, ¿cómo está? Nada me preparó para lo que yo imaginé espontáneamente, pero jamás lo olvidaré.

Creo que muchas veces nos negamos a ver lo que hay en nuestro interior, sea lo que sea, y por eso nos sorprendemos tanto las pocas veces que lo hacemos. Hay verdades que el corazón conoce y que no queremos escuchar.

Aún hace un clima templado en Barcelona, pero el invierno se aproxima. En mi caso el invierno se está acercando en sentido real y en sentido figurado. Pronto harán diversas pruebas médicas a mi padre para comprobar si los problemas de memoria que tiene son debidos a la enfermedad que no me atrevo ni a nombrar. Tengo miedo del resultado.

A veces sentimos el deseo de abrigarnos y recogernos en nosotros mismos, e intentar encontrar nuestra verdad en el silencio. Resulta cómico, pero no puedo dejar de pensar en el emperador Claudio escribiendo de noche en la soledad de su habitación las supuestas memorias de las que se habla en Yo, Claudio. Supongo que Robert Graves también imaginó momentos como esos.

Momentos para recogerse en soledad y enfrentarse a la verdad, sea cual sea esta, buena o mala, indiferente o dolorosa. Puede que este invierno yo también comience, como Claudio el Idiota, a dejar salir lo que ni siquiera sé que está en mi interior. Algún día hay que tener el valor de confesarnos la verdad, toda la verdad que el corazón conoce y nosotros no.

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