Una habitación sin vistas


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Una habitación con vistas” ¿Qué es lo que hace especial a este título? No lo sé, pero durante mucho tiempo marcó mi clima vital, como si fuera un mensaje cifrado que sólo yo podía entender: para los demás, una película; para mí, una promesa. Recuerdo los carteles en varios lugares de Barcelona anunciando su estreno. Puede que fuera porque el protagonista se parecía vagamente a JM, o tal vez fue el título el que me sugestionó, pero de alguna manera di por sentado que existía un pacto misterioso entre el destino y yo, y que todo era el presagio cierto de un amor. Era inevitable.

Mis padres no sabían ni saben nada acerca de mi homosexualidad, en teoría. Si lo saben nunca han hecho nada para abrir la puerta de mi armario, sino todo lo contrario. Supongo que su miedo y su vergüenza son demasiado grandes, y los míos también. Pero aun así durante un tiempo quise creer que yo también encontraría algún día, como por sorpresa, mi propia habitación con vistas.

La promesa no vino sola sino acompañada de una señal aún más clara: por aquella época escuché por primera vez “Love comes quickly” de Pet Shop Boys, y no dejé de oírla una y otra vez con una sensación de complicidad. Con el poco inglés que era capaz de entender por aquellos días, percibía en la letra de la canción un mensaje para mí: el amor iba a derribar mis murallas y tomar al asalto mi corazón. También esto era inevitable: tras cualquier esquina me estaba aguardando la felicidad. Desgraciadamente, no era una fantasía, ya había ocurrido, pero en un sentido diferente al que yo esperaba.

Me enamoré de JM tan pronto como le conocí en la universidad e inmediatamente se convirtió en el centro de mi vida; él ha sido mi primer y último amor, porque las otras atracciones que he sentido no han sido amor. Yo deseaba encontrar en el aire guiños de victoria, el aviso de que, de una manera o de otra, sería correspondido y de que pronto podría envolverme en felicidad como los seres transfigurados se envuelven en luz. Deseaba encontrar seguridades y me las imaginé.

¡Qué iluso! Cuando terminamos nuestros estudios en la universidad JM se marchó sin mirar atrás,sin lástima ni preocupación, ligero e indiferente. Yo no me quedé solo realmente: conmigo, a mi pesar, se quedaron mis sentimientos. El amor que sentía por JM no se marchó con él. Y yo continué soñando con él, como si su ausencia no importara. A fin de cuentas, siempre supe que el final sería así.

Nunca ha aparecido otra persona que ocupe su lugar. Solamente cuando la soledad o la tristeza están en marea alta tengo la debilidad de imaginarme a alguien a mi lado. Y es curioso como una simple ensoñación provoca en ocasiones una sensación muy parecida a la felicidad. He jugado con la fantasía de un amor a mi medida, un amor secreto pero intenso, un amor correspondido pero sin compromisos. Tal vez una amistad amorosa o un amor amistoso, con el suficiente grado de afectividad pero sin sexo. Es todo lo que yo me podría permitir.

He superado, en parte, el recuerdo de JM, pero no le he olvidado y he seguido su rastro a mi manera. Este año esperaba tener la ocasión de verle una vez más, quizás la última, pero no ha podido ser: han suprimido las conferencias sobre los mayas que él acostumbraba a dar el último trimestre del año para una institución cultural dependiente de la UNESCO. Me queda la esperanza de que simplemente las hayan cambiado de fecha y las vuelvan a programar en otro momento del año que viene.

Le vea o no le vea por última vez, nada cambiará. Cupido no me esperaba a la vuelta de la esquina ni me persigue buscando una victoria. Ninguna de mis falsas promesas se ha cumplido ni se cumplirá. Yo sé bien que mi habitación siempre será una habitación sin vistas. Posiblemente es mejor así.

Lo que me dice mi corazón en este momento en que estoy escribiendo es que encuentro a faltar la única cosa que llegue a creer posible con JM: un beso. Hubiera sido la vista que podría contemplar mi corazón desde el recuerdo. Si lo hubiera hecho, JM me habría dejado un corazón con vistas... a pesar de todo.

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