La Villa de las Últimas Esperanzas



Los científicos denominan “Zona Goldilocks” a aquella área del sistema solar (y por extensión, de cualquier lugar del Universo) en la cual las temperaturas son tales (ni demasiado frías ni demasiado calientes, es decir, entre unos -15°C y 121°C) como para permitir la existencia de vida tal como nosotros la conocemos. Igualmente el concepto se aplica al crecimiento económico equilibrado, y por extensión se va aplicando a aquellos casos en los que las cosas son “como deberían ser”, sin pecar ni de mucho ni de poco.

En cierto modo se podría calificar de “fenómeno Goldilocks” a lo ocurrido hace 2.000 años en la ciudad romana de Herculano, pasado el mediodía del martes 24 de agosto del año 74, cuando una espantosa erupción del volcán Vesubio sepultó la localidad, junto con las de Pompeya y Stabia, matando a todos aquellos habitantes de la población que no huyeron con la suficiente rapidez ante el comienzo del fenómeno.

Al noroeste de Herculano se encontraba la que tal vez fue la mayor y más hermosa villa privada de la época romana, propiedad de una importante familia patricia romana. De hecho, uno de sus propietarios fue (o así se cree) Lucio Calpurnio Pisón, el padre de Calpurnia, la última esposa de Julio César, quien es famosa todavía hoy por la supuesta premonición acerca del asesinato de su marido la noche anterior al magnicidio de los Idus de Marzo del año 44 a C. Tras el desastre que la sepultó, la villa permaneció enterrada y olvidada hasta que fue redescubierta en el siglo XVIII y excavada parcialmente. Construida en varios niveles a lo largo de unos 250 m y con vistas al mar Mediterráneo, era en verdad grandiosa y espectacular, y atractiva hasta el punto de haberse reedificado una réplica suya en Malibú (California) para servir de sede al Museo Paul Getty.

La residencia contenía, junto a una gran colección de obras de arte griego (conservadas hoy en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles), una maravillosa biblioteca, como correspondía a una rica y culta familia romana de la época. La villa, con todo lo que contenía, quedó destruida por el flujo piroclástico que se precipitó sobre ella desde el Vesubio durante la erupción del año 79 d. C y fue sepultada posteriormente por toneladas de material arrojado por el volcán. Pero se produjo una particularidad: los rollos que componían esa biblioteca fueron cubiertos en aquel momento por un material ultracaliente a unos 325 °C aproximadamente que en lugar de destruirlos los preservó, cambiando la composición química de los rollos en sí mismos y del texto que había en ellos. Es por esta afortunada circunstancia que recordamos el fenómeno Goldilocks: si la temperatura hubiera sido más elevada los rollos habrían sido completamente consumidos por el calor, pero si la temperatura hubiera sido ligeramente más fría no se habrían conservado.

Las excavaciones arqueológicas han conseguido rescatar unos 1800 de esos rollos carbonizados, que son los que han proporcionado a la villa el nombre oficial de Villa de los Papiros. Se probaron varios métodos, más o menos pacientes o ingeniosos, para intentar leerlos pero los resultados fueron desalentadores y de hecho es mejor no pensar en el daño y las pérdidas que se pudieron causar. Se obtuvo muy poco, casi nada. No obstante, en la década de los 70 se desarrollaron nuevas técnicas que permitieron leer por primera vez el contenido de algunas de las obras, que resultaron ser principalmente escritos del filósofo epicúreo Filodemo.

Pero todo ha cambiado radicalmente debido al uso de una nueva tecnología que nos irá permitiendo recuperar con una precisión desconocida el texto que todavía se se encuentra en los rollos (ya que mucho no ha sido todavía leído), y a una velocidad muy superior a la de antes. Esta nueva técnica, conocida como “técnica de imagen multiespectral”, desarrollada originalmente por la NASA para el estudio de superficies planetarias, ha sido utilizada por un equipo de la Brigham Young University de Utah (EEUU), dirigido por Roger Macfarlane, con extraordinarios resultados. En lugar de varias semanas para leer pequeños trozos de papiro, la nueva tecnología no únicamente permite leer mucho más rápido sino detectar texto que era hasta ahora indetectable ya que con ella es posible distinguir variaciones microscópicas en la composición química de las sustancias, como por ejemplo la tinta sobre la superficie quemada del rollo. Además de su aplicación a los rollos que faltan por leer, esta técnica se ha utilizado en aquellos ya leídos con anterioridad y ha permitido en casi todos los casos encontrar nuevo texto que había pasado desapercibido inicialmente. Con los resultados finales se pretende crear una librería digital permanente accesible en Internet.

Pero esto, aún siendo importantísimo, no es más que el comienzo. Se tienen indicios de que podría existir una segunda biblioteca, aún no recuperada, en los pisos inferiores de la villa que todavía no han sido excavados. Al parecer, al producirse la erupción del Vesubio, los esclavos de la residencia intentaron salvaguardar algunos de los objetos de mayor valor, incluidos los rollos, trasladándolos a los pisos inferiores en cajas de madera. Esto significa, ni más ni menos, que entre los rollos ya rescatados (y ahora en proceso de lectura) y los que todavía podrían hallarse en el interior de la villa podrían recuperarse valiosísimas obras de la literatura, la historia y la ciencia de la antigüedad que, a día de hoy, consideramos perdidas.

Pese a la importancia extrema de los posibles hallazgos que todavía aguardan a ser recuperados, podríamos decir que la actitud de las autoridades italianas ha sido básicamente de desinterés y torpeza. Ciertamente las excavaciones ofrecen enormes dificultades, ya que la villa se encuentra enterrada bajo el centro del actual población de Herculano y para su correcta excavación deberían derribarse, entre otros, el edificio del ayuntamiento y buena parte de la calle principal de la ciudad. Unas catastróficas excavaciones realizadas prescindiendo completa y absolutamente de arqueólogos profesionales (aunque parezca increíble) y de casi cualquier tipo de asistencia académica, terminadas en 2002, simplemente consiguieron dilapidar un presupuesto de unos 14 millones de euros y poner en peligro los restos que se querían estudiar mientras que el túnel a través del cual pretendían realizar el estudio sólo ha servido para facilitar las inundaciones y el deterioro. Unas nuevas excavaciones realizadas por auténticos profesionales podrían cambiarlo todo.

Los expertos no se ponen de acuerdo acerca de lo que podría hallarse en el interior de la villa; ni siquiera están seguros de que exista una segunda biblioteca, a pesar de que hay poderosas razones para sospechar que es así. Lo que hasta ahora ha conseguido verse de los pisos inferiores, tales como los restos de los techos, los frescos de las paredes e incluso algunos mosaicos, lleva a pensar que efectivamente podría encontrarse una segunda biblioteca en ese área de la residencia.

El gusto literario de los propietarios de la villa parece ser que se orientaba principalmente hacia la cultura griega y a ella pertenecen la mayor parte de los rollos que han logrado leerse hasta el momento. Obviamente, no pueden encontrarse en su interior obras posteriores al año 79, fecha en la que Herculano fue sepultada, pero incluso así, si existiera una segunda biblioteca, en teoría podrían rescatarse auténticos tesoros. Desparecidas están para siempre, si no ocurre un milagro, algunas de las obras más importantes del pensamiento humano o logros supremos de la estética de la Antigüedad, o ambas cosas a la vez, afectando de modo global a nuestro conocimiento de los textos científicos, históricos, literarios y filosóficos de Grecia y Roma. Hoy en día nuestra principal fuente de obras perdidas del mundo antiguo sigue siendo Egipto, y muy especialmente el importantísimo yacimiento de Oxirrinco, pero por su carácter de antiguo basurero proporciona principalmente fragmentos sueltos de viejas obras mientras que en la Villa de los Papiros se podrían hallar, en su caso, obras enteras.

Decía Aristóteles en su “Poética” ("De Poeticâ" 13.92):

“Homero era el príncipe de los poetas en estilo serio. (...) Fue el primero en indicar las formas que debía adoptar la comedia, pues su “Margites” guarda la misma relación con nuestras comedias que su “Ilíada” y su “Odisea” con nuestras tragedias.”

Margites” era un poema cómico atribuido al mismísimo Homero, como la Ilíada y la Odisea. Un libro de gran importancia en su momento, pero a diferencia de las otras dos obras maestras ésta se perdió en la nada, por increíble que puede parecer: no ha llegado hasta nosotros ni una sola copia de un libro tan fundamental.

El “Margites” no es, por supuesto, un caso aislado ya que las referencias a famosas y apreciadas obras de arte perdidas es muy abundante. No es difícil adivinar las causas de la desaparición de algunas de ellas, como por ejemplo la de casi toda la poesía de Safo, que abarcaba nueve libros, y contra la que jugaron sin duda fuertes prejuicios cristianos. Hoy sólo conservamos dos de sus odas y varios fragmentos, habiéndose recuperado precisamente en Oxirrinco parte de este material. Pero ella no es ni de lejos un caso aislado. Es el mismo caso de otras mujeres que rompieron las convenciones de su época y volcaron su talento en la literatura, como Corina de Tanagra, cuyos cinco libros de poesía, de la que se decía que únicamente era inferior a la de Safo, se han perdido también.

Esquilo escribió durante su vida más de 80 piezas teatrales y sin embargo solamente 7, además de varios fragmentos, han conseguido llegar a nuestros días. Conocemos el nombre de varias de las tragedias perdidas, como “Las mujeres del Etna”, “Las sacerdotisas”, “Las cardadoras”, “Fineo”, “Sísifo fugitivo”, “Penélope”, “Perseo”, “Psiscostasia”, “Edipo”, “Las mujeres de Salamina”, “Filoctetes”, y varias más. Todas ellas son hoy polvo, a no ser que la Villa de los Papiros, Oxirrinco o algún hallazgo-sorpresa les posibilite una vuelta a la vida. Y sin duda, a pesar de que puedan ser desiguales en calidad, deben ser obras capaces de hablar a los seres humanos de hoy en día como todavía nos hablan algunas de las sobrevivientes. Yo conservo un recuerdo muy vivo de lo mucho que me impresionó la lectura de “Prometeo encadenado”, no tanto por su calidad estética como por la audacia de su argumento. Pues bien (o pues mal), esa obra continuaba con “Prometeo liberado” y “Prometeo el portador del fuego”, donde parece ser que la trama argumental daba un giro que a mí no me hubiera gustado: la osada rebeldía ante Zeus de la primer pieza de la trilogía es tan sólo un atrevimiento aparente por parte de Esquilo, como aclaraba la evolución de la historia en las otras dos piezas. No obstante, tener la oportunidad de leerlas para comprobarlo sería un gran placer, ... que tal vez me aguarde en el futuro con un poco de suerte.

Igualmente, consta que Sófocles llegó a escribir unos 120 dramas, de los cuales han sobrevivido también siete, los siete considerados mejores y por lo tanto más copiados y difundidos en la Antigüedad, exactamente igual que en los casos de Esquilo y Eurípides. A pesar de que han sobrevivido más obras de éste último (hasta 18, incluida una sátira) se tiene noticia de un total de más de 90 tragedias, algunas de las cuales, como el “Egeo”, el “Teseo” y el “Erecteo” fueron destruidas por las autoridades atenienses en vida del propio autor. En cuanto a la comedia, su trato no ha sido mejor que el dado a la tragedia: a modo de ejemplo, sólo han sobrevivido 11 de las aproximadamente 40 comedias de Aristófanes.

Y así podríamos seguir con una lista inconcebiblemente larga, larguísima. Sólo quedan fragmentos residuales de las obras presocráticas, así como de las de los sofistas o de las escuelas estoica, cínica o escéptica. Desaparecidos están célebres tratados de Zenón de Citio, como su “República”, o de Gorgias, como su “Sobre el no ser” o “Sobre la naturaleza”.

No se puede dejar de pensar que si se hubieran conservado las obras de Aristarco de Samos, (no hablemos ya de las del portentoso y casi sobrenatural Demócrito) por muy desacreditadas que estuvieran entre aquellos que no supieron entenderlas, su influencia se hubiera dejado sentir con mucha más fuerza a lo largo de generaciones, tal vez lo suficiente como para no haber tenido que esperar hasta Copérnico para el comienzo de la moderna Astronomía. También se han perdido para siempre sus valiosos tratados sobre Geografía, palabra que él acuñó; como se han perdido los 47 libros de las “Memorias Históricas” de otro famosísimo geógrafo: Estrabón; y los del fundamental Eratóstenes, que escribió sobre varias ramas del saber aunque hoy en día sea célebre ante todo por sus cálculos astronómicos.

¿Acaso no suena fascinante el título “Historia de Babilonia” de Beroso de Belos? Imposible también leerlo hoy. De Plutarco hay más de 100 libros perdidos. Los estudios literarios tampoco se han salvado precisamente. Aristarco de Samotracia escribió acerca de los principales autores griegos y en especial sobre Homero: hoy solo quedan residuos de sus más de 800 libros; pero qué se podía esperar, si del propio Píndaro se han perdido más de 13 obras. De algunos de los libros de Calímaco conservamos los títulos pero no el contenido, como “Sobre los vientos” o su “Colección de maravillas de todo el mundo según su ubicación”, y así hasta más de 800 volúmenes de su obra desintegrados en la nada.

Han desaparecido también absolutamente todas las obras de Agatón, quien forma parte como personaje de alguna obra de Platón, y del cual Aristóteles nos transmitió una famosa frase: “Ni siquiera los dioses pueden cambiar el pasado”. Es una lástima, porque en estos momentos él lo necesitaría. Del mismísimo Platón han desaparecido todas las obras que contenían su doctrina oral; además hay indicios de que mantenía una serie de enseñanzas más o menos “esotéricas” en paralelo a las que hacía públicamente, de las que tampoco queda nada excepto alusiones en cartas y en las obras de otros escritores.

Resulta curioso, pero el caso de Aristóteles es el contrario: de él se han perdido sus obras “exotéricas”. Lo que de sus escritos se conserva es aproximadamente un tercio de sus obras “esotéricas” o apuntes, y aún éstos enredados de tal forma que es dificilísimo saber qué escribió realmente Aristóteles o qué quería decir en ocasiones de un determinado tema. Es posible incluso que parte de lo que hoy se enseña como pensamiento aristotélico haya sufrido alguna clase de manipulación durante la Edad Media a manos de diferentes teólogos cristianos deseosos de reforzar sus puntos de vista con la autoridad de Aristóteles. Hoy en día parece imposible aclarar el embrollo, pero el hallazgo de obras de Aristóteles tal y como se conocían en el siglo I podría dar una vuelta espectacular a todo el asunto, bien aportando obras y texto nuevo o bien simplemente texto más antiguo y por lo tanto más fiable, permitiendo autentificar o no el contenido de la parte que hemos logrado conservar. Y aquí es donde la hipotética biblioteca que todavía podría estar enterrada en la Villa de los Papiros podría ser fundamental ya que se sabe que, por diversos azares históricos, parte de la biblioteca de Aristóteles, conteniendo precisamente las obras hoy desaparecidas, fue llevada a Roma después de que los ejército de Sila tomaran Atenas el año 86 a C. Allí, en Roma, cuando eran propiedad del hijo de Sila, pudieron ser consultadas por diversos estudiosos, entre ellos Cicerón. Dado que Cicerón es contemporáneo de Calpurnio Pisón, el supuesto propietario de la Villa de los Papiros y de su biblioteca (uno de ellos, y de hecho es posible que lo que se ha encontrado no haya sido adquirido por él sino por alguno de los herederos posteriores, ya que él falleció en el siglo I antes de Cristo y la biblioteca fue destruida el año 74 después de Cristo), Pisón, digo, también debía, como mínimo, conocer perfectamente la existencia de esas obras de Aristóteles y tal vez él o alguno de sus herederos llegaron a disponer de copias de ellas en Herculano, especialmente cuando el hijo de Sila se vio obligado a poner su biblioteca en venta para afrontar el pago de sus deudas. El tiempo lo dirá. Si es así tal vez consiguiéramos leer el famoso libro II de la “Poética” de Aristóteles, que estaba dedicado a la comedia y que fue utilizado en “El nombre de la Rosa” de Umberto Eco como clave de la trama argumental al convertirse en la causa de los diversos asesinatos (por envenenamiento al contacto con el manuscrito, qué ironía) que tienen lugar en la abadía en la que transcurren los hechos, supuestamente para evitar que algo tan humano como la risa contara con el aval intelectual del mismísimo Aristóteles:

“La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Pero este libro podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría.”

Si la biblioteca podría ser fundamental para alcanzar un nuevo conocimiento sobre la antigua cultura griega, también podría serlo para la romana. Teniendo en cuenta la fecha de la erupción del Vesubio sabemos que es imposible encontrar ahí las obras perdidas de Tácito o Suetonio, pero, puestos a soñar, sí que cabría, hipotéticamente, que se recuperaran otras muchas obras, como las de Ennio, padre de la poesía romana, o algunas obras de Julio César de las cuales se tiene constancia a través de las fuentes aunque tampoco hayan pervivido, como el “Ensayo sobre la analogía” o “El viaje”, o bien su famoso “Anti-Catón”. También Tiberio escribió acerca de Catón en una obra titulada “Réplica al elogio de Bruto por Catón”, mientras otro emperador, Claudio, redactó diversas obras históricas antes de alcanzar el trono imperial. O bien podrían aparecer (no hay que olvidar que estamos soñando) los libros de Marco Terencio Varrón, “el más erudito de los romanos” que escribió 74 tratados, casi todos perdidos, sobre los más variados temas, entre ellos, precisamente, uno titulado “Sobre las bibliotecas”; o los de Cicerón (a pesar de que sus relaciones personales con Calpurnio no eran buenas), Horacio o Tito Livio, de cuya “Historia de Roma” sólo han llegado a nuestros días 35 de los 142 libros en los que se subdividía. Que la biblioteca de la Villa de los Parpiros albergaba trabajos de autores romanos contemporáneos está fuera de toda duda: una de las obras encontradas que ha podido leerse es “Sobre la naturaleza de las cosas” de Lucrecio.

Y así podríamos seguir y seguir. Ojalá muchas o al menos algunas de ellas nos estén aguardando todavía, carbonizadas pero recuperables, en algún lugar de lo que un día fue la que hoy llamamos Villa de los Papiros, y puedan volver a la vida después de tantos siglos para ayudarnos a intentar saciar nuestra sed de conocimiento y belleza.

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