"El día en que los libros fueron asesinados"

Supe por una noticia de La Vanguardia que se habían producido ataques terroristas en la famosa calle al-Mutanabi de Bagdad, donde se concentran las tiendas y puestos de venta de libros. Es decir, que el objetivo fueron los propios libros y el pensamiento plural y no necesariamente islámico que contienen. Pero después, en el blog del director de la Biblioteca Nacional de Irak, pude leer una narración de primera mano acerca de lo que pasó. Deseo copiar aquí la entrada que publicó el Sr. Eskander, porque siento impotencia ante este tipo de ataques contra la vida y contra el saber, y lo único que puedo hacer para combatirlos es aportar mi propia queja e intentar ayudar a que tengan voz aquellos que con su testimonio se convierten en el principal alegato contra el odio a los libros:

05 marzo, 2007 – 19:18

El día en que los libros fueron asesinados

El tráfico se preveía muy pesado. Revisaron mi coche en un control de seguridad. Los policías fueron amables.
La señorita M. vino a mi oficina para despedirse. Ya se ha trasladado a Basora, tras el asesinato de su hermano. Le dije que no esté triste, porque estoy seguro de que volverá con nosotros en algún momento futuro.
A las 9.00 me llamó alguien del Washington Post para decirme que el periodista llegaría un poco tarde. Por lo tanto, decidí reunirme con el personal de la sección de Inglés, tal y como tenía previsto. La sección de Inglés está en la última planta, que está mucho más dañada que las otras. El humo provocado por los incendios de mediados de abril de 2003, el polvo, las temperaturas altas, la ruptura del sistema de ventilación y, sobre todo, la falta de electricidad, ha pasado factura a las colecciones. Tenemos unos 66.300 libros en inglés sobre diversas materias. El libro más antiguo es de 1845. Doce bibliotecarios trabajan en la sección, y todos ellos hablan inglés. El trabajo de inventario empezó en septiembre de 2005, con tres bibliotecarios encargados de hacer nuevas fichas de catalogación para reemplazar a las que desaparecieron en los incendios de 2003. También tienen que clasificar, catalogar, corregir errores antiguos y limpiar cientos de libros.
Es una tarea muy difícil, ya que la zona de almacenamiento de libros no tuvo aire acondicionado durante meses. Por motivos desconocidos, el sistema anterior había sido eliminado durante la época de Sadam. Los frecuentes cortes de luz, especialmente en el verano, dificultan mucho el trabajo en el almacén de libros. Sin embargo, mi personal sigue haciendo su trabajo, incluso con temperaturas que alcanzan los 48 grados centígrados. Durante la reunión se quejaron de los cortes de luz, la temperatura y el polvo. Me pidieron que les consiga guantes, bolígrafos y tinta. Hacia el final de la reunión, el jefe se seguridad del edificio me dijo que dos personas (un extranjero y un iraquí) me estaban esperando. Le dije que les llevase de inmediato a mi oficina y que les vería en cinco minutos.
Me presenté al periodista del Washington Post y a su colega iraquí antes de comenzar la entrevista. Me hicieron varias preguntas, sobre cultura en general y en particular sobre la Biblioteca Nacional. Hablamos abiertamente sobre la situación de seguridad y su impacto sobre la Biblioteca Nacional y su personal, etcétera.
Mientras hablábamos, hacia las 11.35, una enorme explosión hizo temblar el edificio de la Biblioteca Nacional. Los tres corrimos hacia la ventana más cercana y vimos una grande y espesa columna de humo que venía desde la calle al-Mutanabi, que está a menos de 500 metros de la biblioteca. Supe después que la explosión fue de un coche-bomba. Miles de papeles volaban por lo alto, como si del cielo lloviesen libros, lágrimas y sangre. La visión era surreal. Algunos de los papeles ardían en el cielo. Sobre la Biblioteca Nacional caían muchos trozos de papel en llamas. La calle al-Mutanabi se llama así por uno de los más importantes poetas árabes, que vivió en Irak durante la Edad Media. La calle es una de las más conocidas de Bagdad, y en ella tienen su sede y almacén muchas editoriales, imprentas y librerías. Sus viejos cafés son los sitios favoritos de los intelectuales empobrecidos, que buscan inspiración e ideas en este viejo barrio de Bagdad. La calle es también famosa por su mercadillo de libros de los viernes, en donde se compran y venden libros de segunda mano, nuevos y raros. La Biblioteca Nacional compra cerca del 95 por ciento de sus nuevas publicaciones en la calle al-Mutanabi. Yo tambien compro mis libros en esa calle. Fue muy triste saber que unos cuantos editores y vendedores de libros que yo conocía muy bien se encontraban entre los muertos, incluido el señor Adnan, quien tenía que traer un encargo de nuevas publicaciones a la Biblioteca Nacional. Según unos primeros cálculos, murieron más de 30 personas y hubo más de 100 heridos. En una oficina murieron cuatro hermanos.
Justo después de la explosión, ordené a los guardias que evitasen que el personal abandonase el edificio, ya que había posibilidades de otro ataque con bomba. Mis empleados y yo estuvimos viendo el trasiego de ambulancias civiles y militares llevando a los muertos y heridos. Fue una escena descorazonadora. Unos diez minutos después de la explosión, el periodista del Washington Post y su colega iraquí abandonaron el edificio. Lógicamente, su destino era la calle al-Mutanabi, el centro de la masacre. Antes de terminar el encuentro acordamos reunirnos de nuevo a la mañana siguiente para seguir la entrevista. Cuando llegué a casa, mi mujer me dijo que una enorme explosión de bomba había sacudido nuestra casa a las 11.30 y que el polvo y el humo cubrieron nuestro vecindario. Afortunadamente, no hubo heridos.
A las 18.10 hablé en una radio española que emite para España y América Latina. Contesté por teléfono a una serie de preguntas sobre la Biblioteca Nacional, su personal y los problemas de seguridad. La entrevista duró 15 minutos. Casi una hora después, un reportero de Reuters en Bagdad me llamó para hacerme unas preguntas sobre el ataque con coche-bomba de la calle al-Mutanabi, su importancia histórica y cultural.
Vi el boletín de noticias de la noche. El ataque con coche-bomba en al-Mutanabi conmocionó a todos los iraquíes, independientemente de su origen étnico y religioso. El presidente, el primer ministro y otros altos cargos condenaron el ataque. Nuestros líderes políticos son los mejores a la hora de la “extremadamente difícil” tarea de proclamar mensajes de condena, mientras todos los días son testigos con sus propios ojos de la aniquilación de nuestra cultura y clase intelectual.
A las 20.25 mi hermano me llamó desde Londres para preguntarme si estábamos todos bien. Le aseguré que todo iba bien. Después, como siempre, hablamos sobre política, nuestros amigos y nuestras familias.

Precisamente en estos días estoy leyendo el último libro del filósofo Fernando Savater. Hay un párrafo que posiblemente asociaré ya siempre, de ahora en adelante, con lo ocurrido en la calle al-Mutanabi:
Llevado a sus más sanguinarios extremos, sin duda el islamismo integrista nos recuerda -por su impermeabilidad al pensamiento crítico, por su desprecio a la vida ajena, por sus pretensiones exterminatorias de lo que odia y por su culto a la muerte, incluso al suicidio- los peores rasgos de los totalitarismos que asolaron Europa el pasado siglo.

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