El bibliotecario heroico


He descubierto casualmente hace pocos días, a través de un artículo periodístico, un diario on-line alojado en la página web de la British Library que me ha interesado muchísimo. Se trata de los comunicados que por medio del correo electrónico hace llegar diariamente a esa institución británica el Sr. Saad Eskander, director de la Biblioteca Nacional de Irak, que fue saqueada e incendiada por los propios iraquíes en el año 2003.

Tras la destrucción de buena parte de los fondos que la componían, la biblioteca iraquí inició una relación de colaboración con la British Library con el objetivo de lograr asesoramiento y recursos para su recuperación. Esta colaboración, además de avances en el objetivo propuesto, ha dado lugar con el tiempo a este diario on-line que el señor Eskander (un kurdo-chií de 44 años que dirige la biblioteca desde finales de 2003) inició a propuesta de una amiga “para explicar a la gente cómo es la vida diaria aquí", según el artículo periodístico. El mes de noviembre del año pasado comenzó a través de Internet el relato de los acontecimientos de su día a día en una ciudad en guerra, y la descripción de la violencia cotidiana a la que deben hacer frente tanto él como el personal que trabaja a sus órdenes en la biblioteca bagdadí. La visión que transmite es aterradora, en el sentido literal de la palabra, y uno tiene la impresión de que un grupo de personas normales ha sido condenado a vivir vidas heroicas y trágicas, a su pesar.

Todo este asunto de la destrucción y reconstrucción de la Biblioteca Nacional de Irak me ha traído a la memoria un libro extraordinario que debería haber tenido una divulgación aún mucho mayor: “Historia universal de la destrucción de libros”, escrita por el profesor venezolano Fernando Báez. Es una obra que nació precisamente de la experiencia del autor tras ser llamado a Irak para asesorar en el área de historia de las bibliotecas, ámbito en el que es considerado uno de los mayores expertos mundiales. En su libro nos relata así lo acontecido:

“Bastara decir que cuando llegué a Bagdad, en mayo de 2003, conocí una nueva forma, indirecta, oblicua, de destrucción cultural. Tras la toma de la ciudad por las tropas estadounidenses, comenzó un proceso de aniquilación por omisión, oscilante y superficial, que contravenía las cláusulas de la Convención de La Haya de 1954 y de los Protocolos de 1972 y 1999. Los soldados estadounidenses no quemaron los centros intelectuales de Irak, pero tampoco los protegieron, y esta indiferencia dio carta blanca a los grupos criminales. A este vandalismo profesional se sumó otro, más ingenuo, el de las multitudes de saqueadores, animadas por una propaganda que estimulaba el odio a los símbolos del régimen de Saddam Hussein. Conviene no olvidar que museos y bibliotecas se identificaban con la estructura de poder que existía en esa nación. Y cuando fueron arrasados por el fuego, el silencio legitimó la catástrofe.”
(p.16)

El capítulo 11 de su libro está dedicado íntegramente a la destrucción de la Biblioteca Nacional de Irak y otras instituciones culturales del país mesopotámico y en el nos describe cómo se llevó a cabo el saqueo (10 de abril de 2003) e incendio (13 de abril) de la que era considerada una de las bibliotecas más importantes de todo Oriente Medio, y se nos informa de que en esos días de pesadilla se quemaron solamente en esa institución “1.000.000 de libros, a lo que debe añadirse la gran cantidad de textos perdidos”. Algunas de las fotos que acompañan esta entrada del blog, tomadas por el profesor norteamericano McGuire Gibson y que pueden ser consultadas en esta dirección web, muestran bien el grado de devastación que sufrió el patrimonio cultural iraquí en poco tiempo. Fernando Báez añade :

“Lo más doloroso es la certidumbre que hay de la desaparición de ediciones antiguas de “Las Mil y Una Noches”, de los tratados matemáticos de Omar Khayyam, los tratados filosóficos de Avicena (en particular su “Canon”), Averroes, Al Kindi y Al Farabi, las cartas del Sharif Husayn de La Meca, textos literarios de escritores universales como Tolstoi, Borges, Sábato, Paul Auster, manuales de historia sobre la civilización sumeria...”
(p. 294)

A pesar de la gravedad de todo lo ocurrido, el mayor drama del presente no es el material sino el humano. Báez nos informaba en el momento de escribir su obra de que “existe una gran duda en lo que se refiere a la situación lamentable que atraviesan los empleados. Antes había 119 personas, dirigidas por Khamel Djoad Hachour. Sus salarios, cancelados con mezquindad, no han garantizado su estabilidad laboral.” (p. 295) Y aquí podemos retomar el curso de los acontecimientos de la mano del actual director de la Biblioteca en su diario on-line, que describe una situación que no sólo no ha mejorado sino que ha empeorado hasta volverse insostenible. A los trabajadores ya fallecidos a causa de la violencia sin tregua que se vive actualmente en Bagdad habrá que sumar las víctimas que con mucha probabilidad les seguirán en el futuro. Y mucho me temo que ese diario on-line pueda interrumpirse de forma repentina cuando menos lo pensemos: no creo que me pase de pesimista si digo que desgraciadamente algún día la noticia pueda ser la de la propia muerte del admirable Sr. Eskander.

Horroroso y deprimente.


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