Mitoraj
“¿Dónde está la memoria de los díasJorge Luis Borges
que fueron tuyos en la tierra, y tejieron
dicha y dolor y fueron para ti el universo?”
Había visto, hace ya tiempo, varias obras de Igor Mitoraj en diversos emplazamientos y, curiosamente, aunque todas me llamaron la atención, no las percibí como trabajos de un mismo artista: la faz que nos saluda a la entrada del British Museum, un gran rostro clásico en el barrio de La Defense de París, un cabeza de mármol blanco en la basílica de S. Maria degli Angeli en Roma... Todas captaron mi atención pero, al igual que la Medusa de Versace o la arquitectura de inspiración clásica de Ricard Bofill, parecían parte de una tendencia más amplia de recuerdo y actualización en nuestros días de elementos artísticos procedentes del mundo antiguo. Me equivoqué. La exposición de obras del artista que podemos disfrutar en Barcelona estos días me lo muestra con claridad.
Si el estilo que emplea Mitoraj en sus obras no proviniera principalmente del mundo greco-romano nos parecería una aproximación personal a la representación humana, consiguiendo un efecto que podríamos considerar equivalente al conseguido por otros escultores, como por ejemplo Giacometti, con el suyo. Sería “su manera”. Pero el hecho de que su fuente evidente (aunque no la única) sea el mundo de la Antigüedad clásica, aporta a las obras de Mitoraj una dimensión completamente nueva e inevitable, pues nosotros somos (en la mayoría de los casos) plenamente conscientes de la cita, y ese conocimiento forma parte intrínseca de la obra y de la relación que establecemos con ella. Mitoraj invoca y conjura el pasado, el tiempo, la destrucción, el esplendor y la belleza idos largo tiempo atrás, y estos conceptos están ante nuestros ojos al mismo tiempo que sus obras, anexados a ellas a través de nuestro recuerdo, aunque sería más exacto decir de nuestra cultura. Como en un juego de pistas, nosotros reconstruimos mentalmente lo que falta y completamos el significado de lo que vemos, de la historia que se nos puede estar contando y que ocurrió mucho tiempo atrás.
Es por lo tanto una variable absolutamente personal, diferente de la respuesta estética pura a la obra aunque finalmente acabe por formar parte de ella. El significado altera la experiencia estética. Es una dimensión sumada a su obra que depende, más que en otros casos, de nuestra capacidad de ver. Nosotros aportamos una parte de lo que falta y le damos un sentido y un valor.
Una estatua de bronce representando una Victoria en fragmentos, con las alas rotas, no es solamente una imagen tomada del mundo greco-latino, sino la idea de una Victoria derrotada por el tiempo y rescatada arqueológicamente para nosotros desde el pasado. Es un recordatorio de la victoria de la derrota, de la derrota de las victorias, de lo efímero de los triunfos y de las satisfacciones. Pero, dependiendo subjetivamente de nosotros, es también el recuerdo y el vestigio de otras vidas. Es el testimonio de que otros vivieron y tuvieron su lugar bajo el sol, por mucho tiempo que haya pasado. Asume el papel de evocar lo que fue y ya no es. Es un testimonio, y por lo tanto es cuanto representa como tal para nosotros, incluyendo nuestra propia fugacidad. Es la forma de conectar con nuestra nostalgia, con nuestra búsqueda, con nuestro presente en la idea del pasado. Puede ser también el símbolo de nuestro futuro, de nuestra melancolía.
Los rostros de las obras de Mitoraj expresan una gama de emociones que abarca, sutilmente, de la serenidad al distanciamiento, de la ensoñación al placer, con el recurso recurrente de la representación de rostros de ojos cerrados o cubiertos por vendas que parecen rechazar la comunicación. Uno tiene, no obstante, la impresión de que realizan esa comunicación desde su interior, utilizando el silencio como vehículo. Una comunicación no segura sino tan solo posible, e intuida o sentida más que expresada explícitamente. Muchos de sus rostros parecen inmersos frecuentemente en una especie de esfuerzo por recordar, o en una complacencia íntima en el pensamiento acerca de algo o alguien. En ocasiones más que pensar parecen simplemente sentir, recordando sentimientos o sintiendo recuerdos. Algunos de sus rostros colosales de jóvenes inexpresivos y poderosos nos traen a la memoria imágenes de los fragmentos de algunas estatuas del emperador Constantino o de la faz de Ramsés II trasladada en el aire por grúas gigantescas durante la campaña de salvamento del Templo de Abú Simbel. Un rostro hierático, regular, de grandes trazos, ensimismado y sereno a pesar de estar completamente inmerso en un ajetreo que no le concierne ni basta para disipar su concentración. Mitoraj se acoge a ese tipo de representación estética, y al mismo tiempo, intenta trasmitirnos los sentimientos que provoca. Sus obras actúan como una puerta a otra dimensión en que el pasado perdura en nuestro tiempo aunque no se mezcla con el.
No sé porqué estoy escribiendo todo esto. Parece que me estoy transformando en una especie de Gombrich amateur. Sólo quería expresar algunos de los sentimientos que me provocan las obras de Mitoraj, porque éste es un artista que a mí me habla, o por lo menos yo creo que le escucho. Más que con el texto he intentado atrapar algo de lo que sus creaciones despiertan en mí a través de la fotografía, y debo confesarme que me he llevado una sorpresa, porque las fotografías que he tomado de algunos de sus trabajos durante su exposición en Barcelona no son, ni mucho menos lo que yo me había imaginado que iba a obtener antes de comenzar. No importa lo que pensé: así es como lo he interpretado finalmente. Estas fotos son parte de mi Mitoraj. Tal vez él no estuviera de acuerdo. O tal vez sí.
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