Con Borges

He terminado esta semana el libro de Alberto Manguel “Con Borges” y debo confesarme que me ha gustado bastante. Resulta curioso, pero Alberto Manguel es un escritor que no figura entre mis favoritos, si bien siento por él una enorme simpatía, casi podría decir que una especie de complicidad personal, derivada fundamentalmente de la común pertenencia a la secta de los enamorados de los libros y de las bibliotecas. Cuento aquellas de sus obras dedicadas a este tema (y muy especialmente la versión ilustrada de “Una historia de la lectura”) entre las mejores que han pasado por mis manos y por mis ojos. Pero, por lo demás, reconozco que no es un autor que logre engancharme de la forma en que lo consiguen hacer los auténticos grandes maestros de la literatura con su magia.

“Con Borges” es un ensayo breve, en una edición a la que no le falta cierta elegancia, traducido de su versión original en lengua francesa. Es un libro que nos proporciona una aproximación diferente a Borges, más íntima, casi de voyeur, que la que nos proporcionaría una biografía convencional. Una obra con la que podemos entrar en su domicilio y, con la ayuda de las fotos de Sara Facio que acompañan al texto, contemplarle en la intimidad de su hogar, verle en su habitación personal o en el salón de su casa (curiosamente desprovisto de las ingentes cantidades de libros que nos hubiéramos imaginado), conocer algo de su rutina diaria en aquellos días en los Borges era el director de la Biblioteca Nacional de Argentina y Manguel uno más de los que le visitaban para leerle o releerle las obras a las que ya no tenía acceso por sí mismo a causa de su ceguera. El libro nos proporciona detalles que nos nos ayudan a conocer mejor su personalidad, sus preferencias, sus manías (que por cierto era bastantes...).

También podemos leer cosas como esta:

“No obstante su profundo humanismo, hubo veces en que sus prejuicios lo volvieron sorprendentemente pueril. A veces, por ejemplo, expresaba un vulgar racismo que transformaba de pronto al lector agudo e inteligente en un momentáneo tonto. Así ocurría cuando, como prueba de la inferioridad del hombre negro, invocaba la ausencia de una cultura africana de relevancia universal. En tales casos era inútil discutir con él o siquiera intentar disculparlo.” (p. 94)

Uno tiene la impresión leyendo este párrafo de que se sugiere más de lo que se dice, y que el desvío hacia “una cultura africana de relevancia universal” es simplemente eso, un desvío para cubrir con un velo aquello que se lee entre líneas.

Borges mostró en algunos momentos de su vida simpatías políticas que, casi con total seguridad, fueron una de las causas fundamentales de que no recibiera el Premio Nobel de Literatura. Expresó su apoyo a la Junta Militar argentina tras el golpe de Estado que le permitió hacerse con el poder, y tampoco faltaron los elogios para Franco o el general Pinochet. Con el tiempo, horrorizado por las noticias acerca de las violaciones masivas de los Derechos Humanos, rectificó completamente. Ignoro si el Borges del final de su vida también había cambiado sus puntos de vista acerca de las diferencias raciales. Tengo la impresión de que seguramente fue así.


Asombran, una vez más, las noticias acerca de su erudición y de su memoria casi sobrenatural, que nos hacen recordar lo que se cuenta del crítico norteamericano Harold Bloom. Por cierto que, de acuerdo con lo que relata Manguel, parece que Borges hubiera estado completamente de acuerdo con Bloom en sus críticas a la enseñanza de la literatura en las universidades occidentales hoy día:

“Incluso cuando leía libros de filosofía o religión, lo que le interesaba era la voz literaria que, a su juicio, debían ser siempre individual, nunca nacional, nunca parte de un grupo o de una escuela teórica. En esto solía invocar a Valéry, quien abogaba por una literatura sin fechas, nombres o nacionalidades, en la cual todas las obras fueran vistas como el fruto de un solo y mismo espíritu, el Espíritu Santo. “En la universidad no se estudia literatura -se lamentaba Borges. Se estudia historia de la literatura.” (p. 85)

Borges encarna de algún modo al lector por excelencia, casi más que al escritor de primer rango, y sus manías en este campo se extendían hasta el hecho de rechazar sin más a algunos de los más grandes escritores de la Historia al mismo tiempo que era capaz de citar sin equivocarse páginas enteras de otros. Un lector que se consideraba a sí mismo, ante todo, un “lector hedónico” que jamás sintió necesidad alguna de leer un libro hasta el final.

Escribe Manguel en las páginas finales de su ensayo:

“Hay escritores que tratan de reflejar el mundo en un libro. Hay otros, más raros, para quienes el mundo es un libro, un libro que ellos intentan descifrar para sí mismos y para los demás. Borges fue uno de estos últimos. Creyó, a pesar de todo, que nuestro deber moral es el de ser felices, y creyó que la felicidad podía hallarse en los libros. “No sé muy bien por qué pienso que un libro nos trae la posibilidad de la dicha -decía-. Pero me siento sinceramente agradecido por ese modesto milagro.” Confiaba en la palabra escrita, en toda su fragilidad, y con su ejemplo nos permitió a nosotros, sus lectores, acceder a esa biblioteca infinita que otros llaman el Universo.” (p. 98-99)

Yo también creo que un libro nos puede traer la posibilidad de la dicha y por eso yo también me sentiré siempre agradecido a un nada modesto milagro llamado Jorge Luis Borges.





Nota - La foto de Borges es de DANIEL MORDZINSK.

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