Firmin

Cuando vi este libro por primera vez no tenía ni idea de quién era Sam Savage ni había leído ni oído absolutamente nada acerca de “Firmin”. Lo compré casi por impulso, después de ver en su cubierta el dibujo del artista gráfico chileno Fernando Krahn

Se trata de una obra no muy larga, pero ambiciosa en el contenido. Absolutamente lejos de una especie de relato para niños, aunque no le falten connotaciones de “La Bella y la Bestia”, o mejor aún de “El fantasma de la Ópera” o “El jorobado de Notre-Dame”. Aunque bien pensado, y teniendo en cuenta los premios y castigos de la curiosidad que encierra, la obra tiene un componente mayor de “Amor y Psique”, con una Psique un tanto transformada ...en rata. Dice el autor en una entrevista que escribió el libro en cuatro meses. Puede que sea cierto, pero uno tiene la impresión de que es una obra largamente pensada y meditada, muy bien construida, plena de significado, en la que unas partes se ensamblan con otras para expresar contenidos más sutiles y no tan evidentes, situados en capas sucesivas cada vez más profundas o unos dentro de otros como si el libro fuera una gran matrioska. Escribirla pudo haber sido fruto de 4 meses de trabajo, pero sin duda recoge reflexiones e ideas de toda una vida. En la misma entrevista, Savage reconoce como uno de los precedentes de su novela la obra de Dostoievski “Memorias del subsuelo”, así como ciertas influencias de Vonnegut.

Nada sabía de San Savage antes de la lectura de este libro, y, por lo menos en el momento en que ahora escribo, tampoco se encuentra demasiada información en Internet. Ha sido profesor en la Universidad de Yale, entre otras cosas, y es autor de otro libro, un relato en poesía titulado “The Criminal Life of Effie O”. Aparte de la foto que acompaña a su breve biografía en la solapa del libro tampoco he encontrado más imágenes de él. Puede que esa fotografía engañe pero parece un hombre de edad bastante avanzada, con un aire rebelde y libre a causa de su cabello más bien largo. Después de haber visto su fotografía es casi inevitable no recordarla al leer la descripción que el mismo Savage da en la obra de Jerry Magoon, el escritor de cierta edad que escribe relatos sobre ratas que se relacionan con humanos (como hace el propio Savage en esta obra):


No era nada joven y pensé que más les valía darse prisa si pretendía hacerse famoso. Así de burgués era yo. Era el único hombre con el pelo hasta los hombros que había visto nunca. Un pelo gris y ralo, sujeto por arriba con una cinta azul, como los indios. No tenía el menor aspecto de indio, por lo demás. Se llamaba Jerry Magoon. Era un individuo de corta estatura, rechoncho, con la cabeza muy grande. Tenía una nariz pequeña, irlandesa, un bigotazo caído sobre la boca de labios finos, y los ojos azules, uno de los cuales siempre miraba a un lado. Los demás nunca sabían si los estaba mirando o no.” (p. 97)

La descripción solamente coincide con la imagen del autor parcialmente pero en el libro hay otras coincidencias aparentes entre ambos hasta el punto de que hay momentos en los que nos podemos llegar a preguntar si Magoon no es algo así como una visión bohemia y extrema (¿interior?) de Savage (aunque muy posiblemente no lo es), como cuando habla de “La última gran oportunidad” (cuyo Tema estaba en blanco, p. 149), la obra en la que estaba trabajando Magoon durante el tiempo en que Firmin convivió con él: 


Así hasta veintidós, y todos iguales: ideas para posibles novelas, argumentos parcialmente desarrollados, el esbozo de un personaje, páginas y páginas de notas ambientales, y, aquí y allá, algún párrafo inicial, tan elaborado, que había casos en que la corrección de una sola palabra suponía una página entera de texto nuevo. Muchas de las novelas proyectadas parecían terminar con la destrucción del planeta. Me pasé una semana entera leyendo, todo el día. Tenía que dejarlo por las noches, porque no alcanzaba el interruptor de la luz que había en la pared. Los cuadernos estaban repletos de ideas maravillosas, algunas de las cuales llevé a la práctica en sueños, durante las largas noches de oscuridad.” (p. 189)

Uno es consciente desde las primeras líneas de “Firmin” de la importancia que el autor da a su comienzo, a esas líneas iniciales con las que nos introduce en el relato, que en este caso son precisamente una mirada a los comienzos más o menos memorables de otros libros. Al leer la cita de la página 189 se tiene de alguna manera la sensación de que tal vez Savage está hablando de algo que conoce bien. Además, lo que se dice de Magoon y su obra “La última gran oportunidad”Firmin”, que dada la edad del autor puede haber sido percibida por él como su propia última gran oportunidad de dejar tras de él al menos una obra memorable.

Me es imposible saber con certeza que hay de Savage en Magoon, o de “La última gran oportunidad” en “Firmin”. Habría que conocer al autor para decirlo y desgraciadamente no es el caso. Pero, de todas maneras, no puedo dejar de identificar parcialmente a ambos escritores entre sí con más claridad que a Savage con Firmin (aunque también).

En cualquier caso, este es el hombre con el que Firmin vive “seis meses y siete días” (p. 185), que llevaba la tristeza en el corazón, vivía como una rata (p. 136), recogiendo basura como si fuera Diógenes (p. 145), borracho, y “en una soledad tan grande que lo llevaba a departir con una rata” (p. 173). Un marginal (que Savage no puede ser) que, por el hecho de serlo, está en disposición de auxiliar a una rata herida y de llevarla a su casa, adoptándola como mascota.

En cuanto a Firmin, nacido con los ojos abiertos en un nido elaborado por su madre con pedazos de páginas de Finnegans Wake , adquiere irónica y simbólicamente el don de la lectura masticando y asimilando el papel de los libros que están a su disposición en el sótano de la librería en la que nace. Éste es uno de los muchos dobles sentidos del libro. A pesar de su sencillez aparente, pienso que es un relato que hay que leer con atención para intentar captar significados más profundos.

Firmin es un libro que me recuerda algunos cuadros, como “El matrimonio Arnolfini” de Van Eyck, la “Alegoría de la Fe” de Vermeer y muy especialmente “Las Meninas” de Velázquez, cuadros en los que los espejos, los reflejos y la información que nos proporcionan acerca de aquello que no vemos nos ayudan a comprender el significado de la obra e incluso nos dan la clave de su interpretación. Donde Velázquez utiliza espejos y una composición astuta, Savage utiliza máscaras y nos proporciona pistas en el relato para desentrañar un sentido diferente del literal, además de utilizar la ironía como una de esas máscaras que le permite decir muchas cosas sin decirlas. Solamente podemos interpretar bien lo que leemos si desconfiamos de la primera impresión y reflexionamos. O al menos eso es lo que creo yo.

Firmin hace esta declaración en las páginas iniciales del libro:


La verdad es que nunca he estado bien de la cabeza. Lo que pasa es que yo no ataco molinos de viento. Hago algo peor: sueño con atacar molinos de viento, estoy deseando atacar molinos de viento y a veces imagino que he atacado molinos de viento.” (p. 20)

Y un poco después va todavía más lejos:


No me ha sido posible desplazarme mucho por el llamado mundo real, pero sí he hecho un montón de viajes en la cabeza, conduciendo mis pensamientos por este o aquel camino. Cierta vez, durante uno de tales viajes, conocí en un bar a un hombre que me contó...” (p. 28)

Todo esto debe hacernos dudar ya desde el principio de la veracidad del relato que Firmin nos proporciona y pienso que su lectura debe hacerse sin perder jamás de vista esta perspectiva, pues no sólo debemos dudar del relato sino también de su significado, como supongo que es la pretensión del autor.

La historia de Firmin, una rata que lee pero que no tiene el don de hablar, es la historia de una incomunicación y de la soledad que provoca, apenas aliviada por libros y sueños. Esa incapacidad de comunicarse tiene excepciones que conviene observar: le vemos hablando con algún miembro de su familia cuando estos se van de la librería para no volver (p. 58), y en tres ocasiones habla (sueña que habla, obviamente) con tres tipos diferentes en algún un bar (p. 28, 77 y 205). También en sueños desesperados cree poder hablar (sin hablar) con alguna de las visiones alucinadas que acuden a visitarle cuando su mundo se está derrumbando sin remedio y su vida se acerca a su fin (p. 212). Pero finalmente está el acto de hablar más importante de toda la obra: la obra misma. Y pienso que aquí es donde radica la clave de la interpretación de la obra: Firmin nos habla como habla en el bar en la página 77. Porque toda la obra no es otra cosa que el relato (no se dice que hablado, pero el tipo de lenguaje que emplea lo implica) de su vida contada a quien le escucha/lee. Firmin habla con el lector y se dirige a él (a nosotros) haciendo observaciones y preguntas a lo largo de todo el libro. Su relato está en nuestras mentes gracias a la lectura, como están los sueños en la mente de Firmin a causa de las suyas, y como ya hemos aprendido a dudar de la veracidad del relato que nos cuenta empezamos a pensar si no somos nosotros los que estamos soñando una historia inducidos por la lectura. Captamos en un nivel más profundo la historia de Firmin porque le podemos oír sin necesidad de escucharlo, y así sabemos, como Ginger Rogers y por el mismo procedimiento, la verdad más reveladora de toda la obra, que se nos dice de pasada en una línea: “Crees en ser una rata”

Así que me lees el pensamiento.
- El pensamiento y más que el pensamiento: todo lo que crees, todo lo que deseas.
No creo en nada.
- Crees en ser una rata.”
(p. 212)

¿Quién cree ser una rata? Sin duda, aquel que nos cuenta todo el relato. ¿El autor? ¿Nosotros? No sé que es lo que Sam Savage tenía en mente y no estoy seguro de la respuesta, pero yo estoy persuadido de que somos nosotros mismos, a causa de nuestra soledad y nuestra alienación, a causade nuestros sueños, basados en lecturas o no. Aquí es donde deberíamos recordar la cita de Zhuangzi (o Chuang Tzu) con la que comienza el libro:

Cierto día, Chuang Tzu se quedó dormido y soñó que era una mariposa, revoloteando muy contento por ahí. Y la mariposa no sabía que era Chuang Tzu soñando. Luego despertó y volvió a ser el de siempre, pero ahora no sabía si era un hombre soñando que era una mariposa o una mariposa soñando que era un hombre.

Firmin verbaliza, nominaliza, conceptúa, se psicoanaliza, relata, asocia ideas, palabras y sonidos... y sobre todo sueña. Soñar, autoengañarse y una triste resignación son sus únicas alternativas. Y los libros, por supuesto. Libros que son en parte generadores de sueños y en parte su equivalente durante el proceso de lectura:

Y comencé a viajar, en el espacio y en el tiempo, por medio de los libros, buscándolo. Me dejé caer por el Londres de Daniel Defoe, en su visita guiada de la peste. Oí la campana que acompañaba la petición de “Traed vuestros muertos” y olí el humo de los cadáveres ardiendo. Sigo teniéndolo en las fosas nasales. Las personas morían como ratas por todo Londres -de hecho, también morían la ratas, igual que las personas-. Tras dos horas de esto, me hacía falta un cambio de escenario, de modo que me trasladé a la China y subí por un empinado sendero, entre bambúes y cipreses, para sentarme un rato ante la puerta abierta de una pequeña choza de montaña con el viejo Tu Fu. Contemplando en silencio la blanca neblina que ascendía del valle, escuchando soplar el viento entre las cortinas de juncos y también los débiles ecos de las distantes campanas del templo, ambos estábamos “solos con diez mil cosas”. Más tarde me desplacé a Inglaterra -brincando por encima de los océanos, los continentes y los siglos con la misma facilidad con que se sube uno al bordillo de una acera-, donde hice una pequeña fogata junto a un camino de carretas, para que la pobre Tess, abocada a la perdición, condenada a recolectar nabos en un campo desolado, bajo el azote del viento, pudiera calentarse las agrietadas manos. Ya había leído dos veces su vida, de cabo a rabo -ya conocía su Destino-, y aparté la cara para esconder mis lágrimas. Luego viajé con Marlow a bordo de un vapor trapajoso, río arriba, en África, buscando a un hombre llamado Kurtz. Lo encontramos. ¡Más nos habría valido no haberlo encontrado! E hice presentaciones. Puse a Baudelaire en la balsa con Huck y Jim. Le vino estupendamente bien. Y en ciertas ocasiones les aligeré las penas a los tristes. Hice que Keats se casara con Fanny antes de morirse. No pude salvarle la vida, pero tendría usted que haberlos visto en la noche de bodas, en una pensión barata de Roma. Para ellos era un sitio de cuento de hadas. Hice que mis sueños entraran en los libros, y a veces me volví a soñar dentro de los libros. Tomé a Natasha Rostova por la cintura mínima, noté el peso de su mano en mi hombro, y bailamos, como flotando en las oleadas del vals, y cruzamos el reluciente parqué del salón hasta salir al jardín, con sus farolillos de papel, mientras los bizarros tenientes de la Guardia Imperial se atusaban furiosamente el bigote.” (p. 62)

Todo contribuye a vincular a Firmin con el mundo de la lectura y los libros (ya que es en parte un producto de ello, en sentido literal y figurado) y las metáforas, alusiones y comparaciones en ambas direcciones son uno de los ejes no sólo del significado del relato sino de la construcción de la obra. Se insiste en los símiles relacionados con los libros y la lectura, como cuando se nos induce a evocar la idea de los descubrimientos que realizamos a través de la lectura mientras Firmin explora los túneles de la librería, o como cuando se nos recuerda que un agujero “venía a ser lo mismo que un libro”. La visión libresca de la vida que tiene Firmin se enfatiza a través del uso recurrente de títulos con los que “etiquetar” sucesos, pensamientos y sentimientos, más allá de las citas a obras auténticas, a veces literalmente como cuando Firmin nos habla de “los grandes”, y otras veces no (“Aquella rendija del techo en forma de C de “confidencial” se convirtió en uno de mis sitios preferidos.” (p. 42)). A fin de cuentas, es la misma superposición que hay entre Firmin como concepto (iba a decir “como ser vivo”) y “Firmin” como libro estrictamente hablando, cuya historia comienza en la primer página y termina en la última. El título, por tanto, no podía ser otro porque “Firmin” ha de ser, por fuerza, el propio libro.

Firmin” como libro es una máscara. Como personaje es consciente de que lleva su disfraz: “Llevaba el disfraz con mucho valor, pero siempre me exasperaba, y a veces no podía evitar la tentación de roerlo un poco por los bordes.” (p. 177). Pero de la misma manera que el disfraz va siendo roído el relato lo va siendo también, camino de su desenlace, de su sentido. El libro se va acabando mientras Scollay Square, en el que transcurre la acción, va desapareciendo también:


A la mañana siguiente, el general Logue dio la señal, y una vasta extensión de maquinaria pesada emprendió el asalto definitivo de la plaza, comiéndosela por los bordes, a edificio por asalto.” (p. 203)

Huyen las personas y las ratas, y, al igual que los relatos que escribía o esbozaba Magoon, éste de Sam Savage va a terminar con el fin de un mundo: el fin del mundo que un día perteneció a Firmin. “Una mañana, anteayer, llovía a más no poder... " (p. 208). Llueve en el mundo de Firmin, que se derrumba, y llueve en nuestro corazón cuando hemos llegado a esta parte del relato. Llueve hasta anegarnos. Con otro tono, con gravedad y con lirismo, llegamos a la parte más profunda de una obra profunda aunque no lo parezca a simple vista, hasta que Firmin, en la última línea de la última página del relato, le dé el mordisco final al papel y todo acabe, relato, libro, personaje, rata, máscara, mundo y sueño.

Hubo un momento, sólo un momento, en el que estuve persuadido de que Firmin era Savage (con máscara, claro). Se trata de una creación suya y por tanto debe de haber mucho del uno en el otro. De hecho, hay que recordar que utilizó el seudónimo de “The Old Rat” (“La Vieja Rata”) en su libro “The Criminal Life of Effie O” ¿Acaso no se tiene la sensación de que Firmin es Savage cuando nos dice cosas como esta?:


Salas y más salas repletas de libros. Los había encuadernados en cuero, con ribetes de oro, pero el caso era que a mí me gustaban más los de bolsillo, sobre todo los de New Directions, con sus cubiertas en blanco y negro, y también los muy serios y muy austeros de Scribner. Si fuera un ser humano y me dedicara a leer en los parques, esos son los libros que siempre llevaría conmigo.” (p. 60-61)

Pero creo que, a través de máscaras, lo que el autor intenta fundamentalmente es que sean los lectores los que se identifiquen con Firmin, hasta el punto de que creo que conseguirlo es el requisito imprescindible para percibir correctamente los significados más elusivos de la obra. La identificación debe llevarnos a comprender que en buena medida Firmin no es una simpática mascota, ni otro ser humano disfrazado de rata, ni un camarada lector, sino que Savage intenta más bien que acabe actuando para los lectores como un posible álter ego de ellos mismos (de nosotros). Firmin es el lector capaz de entender que a través de una máscara la obra está hablando de él, como lector, como soñador, como ser humano capaz de sentirse en ocasiones como una rata. El riesgo de no entender esto es el de quedarse con la historia simple y surrealista de “Firmin, la rata que sabía leer”, una especie de cuento infantil para adultos.


Jerry hablaba y yo escuchaba. Poco a poco fui sabiendo más cosas de su vida, en tanto que él -podemos afirmar sin temor a equivocarnos- cada vez sabía menos de la mía. Mi natural reticencia le daba carta blanca en lo tocante a mi personalidad. Podía con toda tranquilidad convertirme en lo que quisiera, y pronto quedó dolorosamente claro que en mi veía un animalito simpático, algo payaso y un poco idiota, algo así como un perro muy pequeño con dientes de conejo. No tenía ni la menor idea de cuál podía ser mi verdadero carácter, ni se le pasaba por la cabeza la verdad, es decir que yo era más bien cínico, moderadamente vicioso y un genio de la melancolía, o que había leído más libros que él. Quería mucho a Jerry, pero también me temía que no era mi a quien él devolvía su amor, sino a un invento de su imaginación. Y ya me sabía yo de memoria en qué consistía lo de amar a inventos de la imaginación. Y en el fondo de mi corazón, aunque pretendiera creer otra cosa, me constaba que durante las veladas que pasábamos juntos, bebiendo y charlando, lo único que hacía Jerry era hablar consigo mismo.” (p. 175)

Nosotros hacemos igual que Jerry, ponemos una máscara sobre Firmin y podemos ver lo que queramos. Si mirásemos a Firmin sin una máscara, ¿qué veríamos? Veríamos dos cosas: un ser humano por un lado, y por el otro una rata común. Su presencia tanto en el Rialto como en la librería contribuye a la descripción, a mostrarnos lugares decadentes y sucios infectados por roedores. ¿Qué veríamos nosotros en la vieja librería si entráramos y la viéramos llena de polvo, mugrienta y con “Firmin” moviéndose por algún rincón (como en la descripción de la p. 81)? Uno duda aquí si ve a Firmin o está viendo la realidad pura y simple, siendo todo lo demás la máscara que nosotros colocamos (quiero decir “que Savage pone para nosotros”) sobre Firmin o quienquiera que sea:


En ese estado de ánimo, solía darme por defecar en los sitios más delicados, como el plato o la almohada de Jerry. A él no le importaba nada, pero seguía sin enterarse: en lugar de una fiera antipática, lo que veía en mi era al bueno de Firmin, ensuciándolo todo. Y una vez me estaba rascando entre las orejas y le pegué un mordisco con auténtico ensañamiento. En el cuarto dedo. Ahora lo lamento.” (p. 177).

Nos agarramos al relato de la rata lectora porque seguimos encariñados con la máscara, tras la cual no hay una rata, sino el ser humano que en parte es el autor y sobre todo somos nosotros mismos. El relato de Firmin es otro más de nuestros sueños, otra más de nuestras lecturas: a Firmin lo estamos soñando nosotros. Tal vez la rata a la que llamamos Firmin no es más que una rata corriente, capaz de defecar en nuestra almohada, de roer un sillón o de mordernos un dedo. Pero lleva encima una máscara, como nosotros. Nosotros somos ese sueño y por eso nosotros somos Firmin. Somos nosotros los que creemos que somos una rata, y allí, en nuestra cabeza, en nuestro sueño, está nuestra Ginger Rogers privada para decírnoslo: “Crees que eres una rata”. Como a Jerry Magoon, nuestra soledad ártica nos puede llevar a hablar con las ratas, e incluso más, a vernos reflejados en ellas, monstruosos a ojos de los demás, y reflexivos y cargados de sentimientos heridos por dentro. Incomunicados en mayor o menor grado, pero dispuestos a soñar y a agarrarnos a un libro para hacerlo (lo estamos haciendo mientras leemos “Firmin”):


Nunca he estado muy bien de la cabeza, pero a loco no llego. (...) En mi caso, el problema nunca ha estado en los espejos -en ellos sólo habita el de siempre, el tipo de la barbilla hundida-, sino en la imagen de mí mismo que no está en el espejo, la que veo cuando me hallo tendido boca arriba y me miro los dedos y me cuento todas esas historias maravillosas, cuando me embarco lo que llamo sueños, dejando fuera lo que carece de sentido y dándole a la vida un principio, un desarrollo y un desenlace.” (p. 109)

“Ginger Rogers” nos dice en otro momento: “Todo el mundo tiene dos trabajos, Firmin, uno de día y otro de noche, porque todo el mundo tiene dos aspectos, el oscuro y luminoso. Los tienes tú, los tienen ellos, los tengo yo. Nadie se libra.” (p. 214)

No creo que cada cosa en el relato tenga su equivalente de significado exacto y unívoco sino que las posibilidades están “abiertas”, en parte. Pero puede también que todo lo que pienso esté equivocado y no sea en absoluto lo que el autor intentaba decir. Como no tengo el gusto de poder departir tranquilamente con el señor Sam Savage parece ser que me tendré que resignar a quedarme sin saber si me aproximé a captar aquello que él intentó decir. Con total seguridad, cada persona que ha leído “Firmin” habrá encontrado su propio mensaje y su propio sentido, diferente del mío: depende de sus vivencias, de sus lecturas, de su incomunicación, de sus máscaras, ... y de sus sueños.

Una de las mejores frases del libro es: “Malo es el amor no correspondido; pero lo que verdaderamente puede hundirlo a uno es el amor no correspondible” (p. 89). A veces la literatura (y muy especialmente la gran literatura) encuentra mejor que la Ciencia las posibles soluciones a algunas preguntas, dirigiendo con habilidad nuestra mirada hacia nuestro interior en lugar de la insistencia en perspectivas externas. Aunque también proporciona otras respuestas a preguntas no formuladas. Yo me quedo, por encima de todo lo demás, con la siguiente frase del libro:
Jerry solía afirmar que quien no siente el deseo de volver a vivir la vida es porque la ha desperdiciado.
(p. 220)
 

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