Como en Macbeth, el sueño ya no volverá a ser inocente para mí. El primero fue un aviso, que asustó pero que dejó una duda. Cuando se internó en el sueño por segunda vez, antes de que hubiera podido hacerlo yo, no despertó.

Y ese grito, que nunca olvidaré. Era un grito de muerte... ¡y era de ella, de mi pobre madre! Débil, tierna e indefensa, la muerte no tuvo piedad: maldita sea por siempre.

Prefiero creer no solamente que no sufrió, sino que ni siquiera tuvo conciencia de lo que pasó en aquellos segundos. Pero si gritó, ¿por qué fue? Si no fue dolor o miedo, ¿por qué gritó? Realmente, realmente, quiero creer que fue una reacción nerviosa, como las convulsiones. Algo que no hizo ella.

En cualquier caso ya no estás conmigo, mamá. ¿O sí que lo estás? El resto de la vida parece ser un tiempo para contestarme a esa pregunta. En cualquier caso, sí sé algo de la respuesta: de una forma u otra sí que estás y siempre estarás en lo más profundo de mí. Donde quiera que vaya, o haga lo que haga. Hasta el final. Aquí estoy, mamá, siempre para ti.

Te quiero, mamá.

Entradas populares