Proust enamorado

“En Deauville, aquella noche en la que Nahmias no se presentó, estaba en juego mucho más que un nuevo sombrero. Cuando Proust supo que Nahmias, con las prisas para ser puntual, había matado una niña, se sintió avergonzado”.

¿Hay algo premonitorio en estas líneas, más allá de la presencia de la muerte y de la relación con Proust? Es mejor no pensarlo. Para mí estas líneas de la página 151 de “Proust enamorado”, con las que termina uno de sus capítulos, serán para siempre el símbolo del final de mis lecturas inocentes, las que mejor o peor he ido haciendo a lo largo de toda mi vida, cuando mi madre aún estaba en algún lugar al que podía acudir para darle un beso o decirle cualquier cosa equivalente a te quiero. Sería cosa de las diez y media de la noche cuando cerré este libro, justo al terminar esas líneas, para poder dormir, y apenas transcurrida una hora comenzó mi pesadilla. Ya por siempre asociaré este libro con la muerte de mi madre, en una desagradable confusión entre ella, la homosexualidad, la muerte, yo, Proust, su madre, su vida, mi vida, su muerte, mi futuro, Montjuïc, Père-Lachaise, París, mi encierro en Barcelona, el Alzheimer de mi padre, los viajes cancelados, la angustia, la vida no vivida y todos los demás componentes de una desgracia de la que no puedo escapar.

No estoy seguro de por qué me he empeñado en retomarlo y llegar hasta el final. Posiblemente el recuerdo de la respuesta de Proust a la pregunta acerca de cuál consideraría que podría ser su mayor desdicha me hizo continuar: “Être séparé de maman”, dijo él, ...y por desgracia también lo tengo que decir yo. No obstante, apenas he encontrado lo que buscaba en lo que me restaba por leer de esta obra, ya que no es propiamente una biografía de Proust ni el equivalente de “Madame Proust”, un libro que no compré cuando tuve ocasión y que tal vez ahora necesitaría.

No obstante, he tenido el pequeño consuelo de encontrar algo de solidaridad indirecta en el hecho de compartir una pesadilla común:

“Existen numerosas pruebas de que Proust veía su novela como una monumental carta de amor a la persona que más adoraba: su madre. “En busca del tiempo perdido” tiene su origen en una conversación imaginaria que Proust mantenía con su madre fallecida sobre los puntos débiles del crítico Charles Augustin Saint-Beuve. En la novela, no permite que su madre muera. El Narrador expresa su gran amor por su abuela en el único pasaje en el que se invoca a Dios: “Y no pedía nada más a Dios, se existe un paraíso, que poder dar los tres golpecitos en ese tabique que mi abuela reconocería de entre mil (...) y que me dejara permanecer con ella toda la eternidad, que no sería demasiado larga para nosotros dos”. Con frecuencia, Proust le hablaba a Céleste del amor que todavía sentía por su madre: “Si estuviera seguro de que iba a reunirme de nuevo con mi madre, en el Valle de Josafat o en cualquier otra parte, desearía morir al instante”. (p. 252)

No sé qué importancia pueda tener ya el resto de lo leído, por mucho que me haya proporcionado algunas sorprendentes perspectivas nuevas. Ahora, todo parece simple cotilleo. Creo que principalmente conservaré en mi memoria el recuerdo de la increíble ingenuidad de un joven adolescente llamado Proust, capaz de exponer tan a las claras sus sentimientos y sus demandas de afecto (o de sexo), capaz incluso de mostrar por escrito su homosexualidad a unos compañeros de colegio de los que no podía esperar más que desprecio, incomprensión y rechazo.

El autor evita hacer juicios morales sobre Proust y otros personajes bien conocidos acerca de los que escribe circunstancialmente a lo largo de la obra. A lo sumo, determinados pensamientos parecen percibirse latentes en algunos pasajes, como cuando menciona la pederastia de Camille Saint-Saëns o André Gide (p. 159). He intentado leerlo en el mismo espíritu, pero no he podido evitar en ocasiones cierta incomodidad causada, tal vez, no tanto por prejuicios morales como por una desagradable sensación de desprotección. ¿Qué debería pensar del testimonio de uno de los jóvenes prostitutos que se relacionaron con Proust?:

“Llamaba la puerta, entraba y me encontraba a Marcel ya en la cama con la sábana extendida hasta su barbilla. Me sonreía. Yo tenía que quitarme toda la ropa y quedarme junto a la puerta cerrada mientras me satisfacía bajo la mirada ansiosa de Marcel, que hacía lo mismo. Si él llegaba a la conclusión deseada, yo me iba tras sonreírle y sin haber visto nada más que su cara y sin haberle tocado.”

Si Proust no lograba llegar al orgasmo, “podía hacerme un gesto para que me fuera y Albert traía dos jaulas”, cada una de las cuales contenía una rata hambrienta. Le Cuziat colocaba las jaulas juntas y abría las puertas. Las dos bestias muertas de hambre se atacaban haciendo chillidos agudos mientras se clavaban mutuamente las zarpas, un espectáculo que permitía a Proust alcanzar el orgasmo.
(p. 198-199)

Sé con seguridad que no son prejuicios morales los que me causan una sensación que se parece mucho a la extrañeza, a la inquietud. Tal vez es falta de experiencia ante la vida (que no de información). O tal vez me enfrento otra vez a uno de mis más grandes problemas: mi inadaptación a ella. Suelo pensar que es una inadaptación relacionada con su dimensión temporal, aunque posiblemente está más relacionada con su concepto.

Este libro resalta una vez más la idea de que el gran mérito de Proust consistió en reflexionar acerca de sus experiencias vitales, extraer de ello algún tipo de sabiduría universal y divulgarlo a través de una obra literaria de calidad deslumbrante. Escribió una vez: “El arte es un sacrificio perpetuo del sentimiento ante la verdad”. Proust supo convertirse en un formidable alambique capaz de destilar las diversas experiencias de su vida, incluso aquellas que tal vez podríamos calificar de sórdidas, transformándolas en arte y en sabiduría. O como diría Harold Bloom, en más vida. Paradójicamente, en estos momentos todo ello no evoca en mi más que la idea de la muerte triunfante.

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