Recuerdo que durante todo el trayecto de vuelta en la ambulancia desde el Clínico hasta casa cogió mi mano izquierda sujetando uno de mis dedos entre dos de los suyos. ¿Fue en la ambulancia o mientras estaba tumbada en la camilla, en Urgencias, cuando me dijo por primera vez “Gracias por todo, hijo”?

Ojalá que no me haya tenido en cuenta los errores, las limitaciones, las faltas de amabilidad en algunos momentos. Fue el miedo, sí, fue el miedo. Todo me desbordaba. Así de pobre de espíritu soy. Yo sé que ella sabía cuánto la quería. Estoy seguro que no me tuvo que cuenta los malos momentos (ella también los tenia), y casi debería alegrarme de que nuestras horas finales juntos me permitieran demostrarle, una vez más, mi ternura y mi amor incondicional, aunque no perfecto. No tenía por qué darme las gracias, pero a mí me consuela que hubiera pensado, aunque fuera brevemente, que sabía bien que mi voluntad era y siempre fue cuidarla y estar junto a ella, por amor. Siempre por amor. Ella lo sabía.

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