El espejo de la crueldad de la muerte no es tanto dejar, solo, a un ser querido en un cementerio: es el de verle, indefenso, a su merced, convulsionando sin que le puedas rescatar. Es confirmar, asombrosamente incrédulo, que no se detiene ante la ternura amorosa que pervive en el cuerpo débil de una madre amada. La muerte es ensañarse con un amor más frágil que tu corazón. Maldita sea por siempre la muerte que no respeta a una mujer que supo ser digna de la palabra “madre”.

Te quiero y siempre te querré, y si muero consciente es muy posible que mi último pensamiento sea, por última vez, “Aquí estoy mamá, ya voy”. Sólo me quedará por saber si tras decirlo se me otorgará el consuelo de llegar a tí, como siempre lo pude hacer antes de que me dejaras.

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