Pericles

Este libro se titula “Pericles, el inventor de la democracia”. Cualquiera creería por tanto que se trata de una biografía del político griego. Sin embargo, la respuesta no es tan clara. La autora (Claude Mossé, profesora emérita de la Universidad de París VIII) lo aclara en la página 207:

“En su prefacio a la “Vida de Alejandro”, Plutarco precisa lo que distingue a la biografía de la historia: no se trata de contar los grandes hechos o las hazañas guerreras, que es lo propio del historiador, sino de intentar extraer, independientemente de esas hazañas, el carácter (ethos) de sus héroes”.

Si este libro es una biografía, lo es al modo de Plutarco. A pesar de su título y su portada, no es lo que cualquier lector contemporáneo consideraría una genuina biografía a pesar de que la autora califica su obra de “biografía crítica” de Pericles (p. 247). Cierto que aborda la vida de Pericles, pero únicamente de modo tangencial, mientras despliega el contenido de los diferentes capítulos temáticos que conforman la obra. En realidad, son esos capítulos temáticos los que realmente constituyen el libro, que de ese modo se convierte para nosotros en una visión global de la Atenas del siglo V a. C. Por otro lado, es una obra redactada con cierta pesadez, en un estilo un tanto torpe en ocasiones, especialmente en su comienzo, como si se tratara de alguna clase de recopilación de apuntes. No sé que parte de culpa habría que atribuir a la traducción: ¿se debe a la autora o se debe a la traductora la continua repetición de la molesta (e inexacta) coletilla “justo el día después” (seguramente como traducción de “le lendamain même”)? Seguro que a las dos.

Hasta cierto punto se puede comprender que la autora haya partido de la Atenas clásica en busca de Pericles y no al revés. Dado que Pericles no nos ha dejado ninguna obra escrita de su mano a través de la cual podamos conocer su pensamiento genuino, es a través de los relatos de los demás que debemos intentar aprehender la auténtica esencia de su personalidad. Lo cual nos conduce al problema de la correcta valoración de su obra política y su legado a las generaciones posteriores, nosotros incluidos. Éste constituye el verdadero meollo en el que este libro pretende adentrarse. Dependiendo de quién nos esté dando la información, Pericles puede aparecer alternativamente como un genio político o un vulgar demagogo. Al verdadero Pericles le debemos encontrar en la lúcida aquilatación de su legado. La interpretación es compleja, ya que ni los opositores a Pericles son capaces de negar muchos de sus más evidentes talentos, y a su vez aquellos que supieron apreciar más su legado no pudieron evitar tener que reconocer la catástrofe política en la que terminó la aventura política de Pericles. Tucídides nos retrata un político noble y sabio, pero en el fondo tan lleno de carisma como para hacerle reflexionar acerca de la auténtica esencia de la democracia que él presidió: “Bajo el nombre de democracia, era de hecho el primer ciudadano quien gobernaba” (La guerra del Peloponeso II, 65, 9).

La autora lo expone con gran claridad en la página 245:

Entonces, ¿es Pericles, héroe genial o vulgar demagogo, quien ha triunfado más que el resto porque las circunstancias se prestaron a ello? He tomado voluntariamente los dos extremos de la imagen cuya elaboración he intentado seguir en distintos momentos de la Historia. En realidad, es ese, me parece, un falso dilema, pues no sabremos nunca quién era realmente Pericles, puesto que no podemos captar su personalidad más que a través de la mirada de otros. El verdadero problema, y al abordarlo intentaremos extraer conclusiones, es interrogarse sobre lo que fue verdaderamente el “siglo de Pericles” en la historia de Atenas, un momento excepcional rápidamente seguido del declive, o una simple etapa en la elaboración de un sistema político original que reivindican los hombres de hoy: la democracia.
(p. 245)

El libro, o la biografía, como se prefiera, se adentra entonces en el examen de la Atenas que se encontró Pericles, las innovaciones que éste aportó y los retos a los que hubo de enfrentarse, así como un examen de la economía ateniense y de sus diferentes grupos y colectivos sociales. Sólo entonces llega el momento de abordar el apabullante carrusel de logros y avances en múltiples áreas del arte y del conocimiento, a los que se llegó en buena medida como consecuencia de la política de Pericles, que en esto optó por seguir a una escala mucho mayor el ejemplo de Pisístrato. Desde la gran arquitectura representada por el Partenón y los Propíleos hasta las obras maestras de Fídeas, pasando por los sofistas y la rápida evolución del pensamiento presocrático, y desde las grandes aportaciones de pensadores como Anaxágoras, Sócrates, Platón y Aristóteles, hasta el nacimiento, por si todo ello fuera poco, de la tragedia y la comedia clásicas griegas por obra de algunos otros de los grandes contemporáneos de Pericles: Sófocles, Esquilo, Eurípides, Aristófanes... Una aglomeración de logros bien difícil de igualar, desde luego.
Nuestra comprensión de este período histórico incluye necesariamente una correcta percepción de la auténtica naturaleza de la mistoforía o remuneración a cargo del erario estatal por el desempeño de cargos públicos y el significado de su introducción. La generalizaciñon que impulso Pericles ha sido percibida (ya en su tiempo) de forma contradictoria: una perversión o “profesionalización”del ejercicio de actividades cívicas, o la herramienta que sirvió para facilitar a muchos ciudadanos el acceso a magistraturas cívicas que absorbían tiempo y caudales de aquellos que las desempeñaban. La opinión de Claude Mosse es aprobatoria. La comparación entre los grandes logros del siglo V a. C. y aquellos que tuvieron su origen en el siglo posterior es otro de los principales parámetros que, de acuerdo con la autora, nos ayuda a valorar correctamente aquello que acostumbra a aperecer en los libros de historia como “el siglo de Pericles”. Una comparación que es a su juicio, hay que decirlo, positiva, o se podría decir, en cierto modo, de continuidad. Dice:

Surge entonces un nuevo interrogante que es determinante en el juicio dado sobre el “siglo de Pericles”: ¿se trata de un apogeo seguido de un declive más o menos rápido o, como sugería yo más arriba, de una tapa la construcción de ese sistema político original que fue la democracia ateniense?
(Página 250)

Ella misma se contesta, a modo de conclusión, en las páginas finales de su obra:

Lo que nos lleva de nuevo a Pericles. Puede ser que no creara la mistoforía más que para rivalizar, sobre todo, con la generosidad de Cimón. Pero, al mismo tiempo, esta mistoforía tomaba una dimensión muy distinta porque se trataba de utilizar el dinero público para retribuir un servicio civil. Significaba que cada ciudadano estaba al servicio de la ciudad, cuando la suerte le llamaba a cumplir las funciones de juez o consejero. Era esa, pues, una nueva concepción de la ciudadanía, más allá de la simple pertenencia a la comunidad de los atenienses. ¿Sabía Pericles que de este modo hacía franquear al sistema democrático una etapa esencial? Los argumentos que le presta Tucídides en la “oración fúnebre” permiten suponerlo. Y no es casual que la supresión de la mistoforía sea la primer medida tomada por los oligarcas de 411.

Así pues, aunque, debido a la habilidad retórica de Pericles, el régimen político ateniense haya sido, durante el tiempo en que dirigió la política de la ciudad, “cuasi monarquía”, no por ello dejo de ser la primera experiencia en la Historia de una soberanía puesta en manos de la comunidad de los ciudadanos. Por eso, Pericles es exactamente el “inventor” de la democracia ateniense.
(Página 254)

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